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Qué horror de primeras comuniones

 "Las primeras comuniones se han convertido en ridículas bodas en miniatura, sin novio, pero con padres que ya ensayan el papel de suegros"

La duda es una forma de verdad como otra cualquier. Rafael Montesinos lo sentenció con el título rotundo de un libro de poemas: "La verdad y otras dudas". Siempre dudo muy seriamente de los resultados de las encuestas del CIS, que solemos conocer al humo de las velas, cuando el gobierno ya se aprovechado de ellas en beneficio propio y arroja los desperdicios sociológicos para uso de la oposición y de los que nos ganamos el pan con los teclazos que pegamos con nuestras manos. Ahora, el CIS ha publicado un estudio sobre "Religión y sociedad en España", que es arrojar un libro gordo de Petete sobre un tema de debate abierto en nuestra sociedad soterradamente, cual la presencia del catolicismo en esta sociedad laica. Hay a quienes les encanta repetir que España ha dejado de ser católica, uy hay a quienes les gusta replicar que el disco de Juan Pablo II con el rosario en latín se ha convertido en un "best seller", con 85.000 copias vendidas. Una España que compra el disco del Papa, y que pone de moda a los monjes de Silos, y que llena todas las manifestaciones de religiosidad popular, y que llena las parroquias los domingos y una vez al mes las relaciones de donaciones a Cáritas, evidentemente, no ha dejado de ser católica. El CIS puede decir lo que quiera, hasta puede decir misa, como la misa de tres capas de este libro dirigido por los sociólogos Rafael Díaz-Salazar, Salvador Giner y Juan Linz.

En ese estudio se afirma que la religiosidad de los españoles ha descendido al nivel de la media europea, pues el 53 por ciento se declara como católico practicante y el 45 por ciento como no practicantes, pero católicos al fin y al cabo, que es lo que no dicen. También somos muchos los béticos que no vamos casi nunca al campo a ver a nuestro club, y no por eso somos menos forofos, como también son muchos los partidarios de Plácido Domingo que en su vida han acudido a verlo cantar una ópera en directo. Lo que les pasa a los autores del libro gordo del CIS es que, hartos de papeles, no han mirado alrededor. Yo los traería a esta mi tierra andaluza, para que vean el festival de las primeras comuniones de este mes de mayo, que es el mes de las flores y el mes de las dimisiones. ¡ Qué horror! Viendo el fasto absurdo y dilapidador de las primeras comuniones, me gustaría que, como quieren algunos, España hubiera dejado de ser católica. Hay dos industrias importantísimas, a las que no afecta la crisis, que son, a saber: la industria de las bodas y la industria de las primeras comuniones. La gente será cada vez menos religiosas, quizá, pero yo no he visto más tiendas de vestidos de novias que se casan por la Iglesia; más comercios especializados en atuendos de los novios, con esas chaquetillas cortas, así como chaqués a la media potencia, que se ponen para hacer el ridículo hasta que la muerte los separe; establecimientos que visten a la madrina y a los padrinos, y hasta a las "damas de honor" que, oh influencia de los culebrones, ya empiezan a figurar. La industria de la lista de boda es un recurso económico como otro cualquiera, y no digo nada de la cantidad de empresas hosteleras que viven del banquete nupcial, caiga quien caiga,

Todo este tinglado de la farsa de las vanidades con un pretexto religioso tiene una versión infantil increíble, con la que ni la Conferencia Episcopal ha podido: la industria de las primeras comuniones. Las primeras comuniones se han convertido en ridículas bodas en miniatura, sin novio pero con padres que ya ensayan el papel de suegros. He visto en estos días a las niñas con sus diademas, poniendo lista de regalos como quien la opone de bodas en la planta especializada de El Corte Inglés. He visto a empresarios de hostelería especializados en la cuestión que se frotaban las manos ante el negociazo que se tienen montado, porque ya no se dan para las primeras comuniones aquellos desayunitos en que todos nos tirábamos el chocolate en el traje de marinero, que muchos hicimos la comunión vestidos de Rafael Alberti, que me parece a mí que encima no cree en Dios. No hay primera comunión que se precie, de Vanessa o de Jonathan, de Jenifer o de Ivan, en la que los padres no inviten a cien, a ciento cincuenta personas, a un almuerzo por todo lo alto, en un lugar espantosamente especializado en estos convites, donde mientras, para los niños, descorchan piscinas de fanta mientras actúan los payasos, que van incluidos en el precio, como va incluida la tarta de primera comunión, que es como una caricatura de la tarta de bodas.

Ayer pasé ante la galería de un afamado fotógrafo de novias de mi pueblo y había un enorme revuelo en la puerta. Habría como quince niñas vestidas de primera comunión, con sus madres de la Pantoja, con sus tías, con sus papás, con sus hermanitos dando la tabarra. Estaban guardando cola para hacerse la fotografía de primera comunión, que hasta daban número, como en los ambulatorios de la Seguridad Social. Lo más divertido es que era un día laborable, no un domingo. Tanta cola para las fotos hay, que las madres visten a las niñas con las galas nupciales del Pan de los Angeles antes de que lo reciban, por aquello de la cita previa. Ante el horror de las primeras comuniones, me encantaría que España hubiera dejado de ser católica. Al menos, de serlo de una manera tan cursi y tan espantosa.

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