Diario El Mundo

Memoria de Andalucía

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,   sábado 13 de junio de 1998


Los niños del Hospicio salen en el Corpus

La Custodia, por la esquina del Bacalao

La Custodia, en 1937, por la esquina dsel Bacalao

Siempre se les iban cayendo los mocos. Las velas. Hay que ver la de cosas que significaba la palabra vela... La vela era la que, como una media luna anticipada, se recortaba en el horizonte de la mar de Rota cuando, al caer la tarden, las parejas de faluchos pesqueros volvían al muelle para descargar sus cajones de plata en el resbaladero. La vela era la que, ya al caer la tarde, con las primeras sombras de la noche, descorrían por el verano los tenderos de la Alcaicería, la voz que se oía en casa de los Mesa Puyana cuando ya habían dado las vacaciones, pero aún no nos habíamos ido a Rota:

--- Niña, corre la vela...

La vela era la del Rosario de Almonte aquel Rocío hermoso, una vela envuelta en un papel de estraza a modo de fanal para que no la apagara el viento de la marisma mientras sonaban las coplas dando vivas a Santo Domingo que lo ha fundado, Santa, Santa María, Madre Dios, ruega por nosotros, por nosotros pecadores, ahora, y en la hora, de nuestra muerte, amen, Jesús, y luego ya cantábamos, pero con tonada de rosario de la Aurora, las mismas sevillanas que bailaban las niñas por la tarde, cuando habían regado la puerta, habían barrido la acera y pasaban hombres con chaquetas blancas camino de los sillones de mimbre del casino:

La Virgen del Rocío
no es obra humana,
que bajó de los cielos
una mañana,
eso sería, eso sería
para ser Reina y Madre
de Andalucía...

Y las velas eran los mocos, niño, límpiate esas velas, mamá, mira esta niña, lo asquerosa que es, que no se limpia las velas. A los niños del Hospicio siempre se les iban cayendo los mocos. Claro, como no tenían madre, ni tías que le dedicaran por la radio Angelitos Negros al cumplir los siete añitos, no tenían quien les riñera por dejarse correr las velas labios abajo, qué asco, niña, hasta la boca... Los niños del Hospicio, aunque estaban en la calle San Luis, eran como del barrio. No había fiesta religiosa que no viéramos a los niños del Hospicio, con sus velas, con sus babis de rayas, con sus alpargatas sin calcetines, lo que más pena me daba de los niños del Hospicio es que nunca llevaban calcetines. Estaban pelados al cero, pero el barbero les había dejado un flequillo aquí delante, como el que gastaban los curas y se dejaban, imitándolos, los sacristanes. Cada tarde de Semana Santa, de la Catedral sacaban los bancos del Trascoro y los ponían en las Gradas, para que los niños del Hospicio vieran las cofradías. No habíamos ni acabado de comer cuando empezaban los ruidos de los bancos contra las losas de Tarifa. Eran la señal de que ya venía la cofradía del Porvenir por la Puerta Jerez, camino de la Campana, o que ya venía el Ayuntamiento bajo mazas, camino de los oficios de la Catedral:

--- Venga, empezad a arreglaos, que ya están sacando los bancos de los niños del Hospicio...

Y allí se pasaban los pobres todas las tardes de Semana Santa, como una oscura mancha sus cabezas peladas al cero, sus babis, sus alpargatas, frente al oro y la plata de los palios. O venían abriendo carrera cuando el Corpus, qué madrugón, pero qué olor más bonito a romero y qué bien sonaban las campanas. Los niños del Hospicio eran como el cohete de las fiestas. En la mañana de Corpus:

--- Venga, niños, al balcón a ver el Corpus, que ya están saliendo los niños del Hospicio...

Y por la calle venían ya, en dos largas filas, tras la cruz arzobispal. Sus blancas alpargatas, sobre el piso de romero. Sus babis, sus cabezas rapadas al cero. Una tarde, cuando me llevaban a pelarme antes del veraneo, como le dijeron a Antonio el barbero que me metiera bien la maquinilla, que a ver si me duraba hasta septiembre, le dije:

--- Pero que no sea como los niños del Hospicio, Antonio...

Y Antonio, qué maravilla, había sido hasta camarero en los vapores de Ybarra, me enseñó la maquinilla, que ponía un 0., un 1, con una ruedecita. Al 0, los soldados y los niños del Hospicio. Al 1, los que tenía que durarnos el pelado hasta septiembre...

Venían luego en el Corpus los estandartes de las cofradías, los rocieros de Triana, tan morenos de marismas, con el camino de vuelta recién hecho. Venían los santos de plata, la copa de armiño de San Fernando, la Custodia entre incienso, seises, canónigos y bayonetas caladas de soldados tan pelones como los incluseros, descubiertos, con el casco pendiéndoles del barbuquejo sobre la espalda.. Pero nunca se nos olvidaba la tristeza de los ojos de los niños del Hospicio:

--- Míralos, los pobrecitos no tiene padre...

Andando los años, los niños del Hospicio, otros niños del Hospicio, con la misma altura, las mismas velas de mocos, las mismas alpargatas, los mismos babis, seguían abriendo la procesión del Corpus. Era entonces cuando empezábamos a comprender de otra forma la tristeza de la mirada de desamor de aquellos hijos del amor. Como ya estábamos picardeados, el amigote que aquel Corpus venía a ver la procesión al balcón nos decía siempre entre risas y cuchicheos:

--- Mira, los hijos de las putas de la Alameda...  

 


El Mundo, edición íntegra en Internet

   


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