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Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

Homenaje al viejo dietario

 

MI AMIGO EL COMERCIANTE de la tienda de exquisiteces de lomo de Benaoján en manteca y foie de las Landas, aficionado a las cosas del Carnaval, me pregunta cuándo empieza este año el concurso de coros y chirigotas de Cádiz, y cuando le digo el día exacto de febrero, me dice: "Espérate que lo voy a apuntar en el dietario del año que viene. Ten la seguridad de que al Myrga no le llega el Efecto 2000"... Y me explica que ni informática, ni ofimática, ni cibernética ni ninguna palabra esdrújula, que él sigue llevando las cuentas como desde que hace setenta años su abuelo abrió el comercio: en un dietario. Hijo de comerciantes como soy, y a gala llevo, me son completamente familiares esos dietarios, largos y estrechos como un menú de la nueva cocina donostiarra, con sus rojas tapas de cartoné, que se iban abultando, gastadas y sobadas sus hojas, conforme el año comercial iba pasando. Dietarios para apuntar los balances de la hoja de caja cada día, para recordar las letras a las que con tantas fatiguitas había que hacer frente, para escribir los plazos en que vencían los préstamos pedidos en las temporadas malas.

Me ha dicho mi amigo Rogelio, el de Casa Trifón, que va a apuntar ese día de febrero en su dietario Myrga y, en la memoria de la infancia, de pronto, he visto sobre el mostrador de mi madre ese libro rojo y alargado. En él guarda facturas, hojas de liquidación de los seguros sociales de las dependientas, albaranes de pedidos. Sobre el mostrador, el dietario es como una oficina condensada, libro mayor y libro de balance, segura contabilidad de los trabajos y los desvelos. Conforme iba avanzando el año, hasta lo tenía que apresar con una gomilla de las de los billetes del cambio que traían del banco, porque no podían ya cerrar sus tapas con tanto papel como entre sus hojas se iba guardando, archivador y clasificador en una sola pieza.

Es una maravilla que haya aún territorios exentos de la informática. Dietarios de toda la vida. Agendas de siempre. La que nos pide cada año la tata, cuando llegan las Pascuas de Navidad:

-- A ver si le sobra a usted una agenda de las que le mandan, que le hace falta a mi nieta para el colegio...

Aunque ya todo es nota de aviso en el Microsoft Outlook, y anotación en el programa Lotus Organizer, siguen, vencedoras, las agendas, los dietarios. No hay quien les quite el sitio. Que le echen Bill Gates a la editora de las agendas Deusto, que con todos los programas puede. Que le echen informática a los tacos de almanaque de Myrga, ceremoniales como un libro de misa, con sus hojas de los grandes números, con su santoral, sus horas de salida y puesta del sol, y ese Espasa en dosis homeopática que es el reverso de sus hojas, con charadas, frases de los clásicos, citas de autores que nadie conoce. Había una sabiduría de hoja de almanaque, que es la que sigue alimentando la afición por el Calendario Zaragozano, de don Mariano Ocsiero y del Castillo, que se sigue editando, con su portada como de anuncio del Ceregumil o del Cerebrino Mandri, lleno de refranes, de saber de la experiencia, de cigüeñas que vienen por San Blas y cerdos a los que les llega el San Martín de la época de la matanza.

En el retorno al turismo rural, a los hoteles con encanto, a los vinos de bodegas familiares con cosecha cortísima, a los trenes de vía estrecha, a la miel de colmena, al médico de cabecera, a tantos ritos antiguos, me encantan estos días en que vuelven las agendas y los dietarios, desafiando a la informática. Y venciéndola. En casa, cada vez que hay que buscar un teléfono, voy a mirarlo en el programa de direcciones del ordenador. Pero casi nunca llego al escritorio. Por la mitad del pasillo voy cuando siempre me dice Isabel:

-- Déjalo, no lo busques, que ya lo tengo aquí...

-- ¿Dónde lo has buscado?

-- ¿Dónde va a ser? En el listín de teléfonos...

Es un precioso libro de tapas acolchadas, de piel color magenta, que se compró en Chancery Lane, en Londres. Certifico que ese listín de toda la vida vence cada día en velocidad al Outlook de Microsoft, al Organizer de Lotus, al viejo fichero Card de Windows 3. Como vence también al Palm, la agenda electrónica de los ejecutivos europeos que, menos café, hace de todo, y en la que Fernando mi hijo busca los teléfonos que Isabel ya ha encontrado mucho antes en su listín inglés de hojas de canto dorado.

Se amontonan en la mesa del salón las agendas nuevas que han llegado en los regalos de este año. Olor a cuero nuevo, a tinta reciente. Con su santoral absolutamente inútil, pues a nadie tenemos que felicitar el 15 de febrero, que es la fiesta del Beato Claudio de la Colombiere, ni el 17 de julio, que es San Agardo, ni el 25 de septiembre, San Cleofás. Con esos cuadros kilométricos que nos dicen la distancia que hay de Lugo a Albacete, ¿pero hay alguien que alguna vez haya ido de Lugo a Albacete? Con las tablas de conversión de pesos y medidas, el mapamundi de los husos horarios, para saber qué hora es en Tailandia cuando en Madagascar son las dos de la tarde. Ahora que tanto se dice que en Internet hay de todo, como en botica, nada mejor que reivindicar que esa Red de Redes de las páginas de información general de los dietarios y las agendas. Con la ventaja, además, de que no hay que gastar un duro en teléfono para engancharse a Internet.

Y con la seguridad de que no hay Efecto 2000 que las altere, como dice con toda su filosofía parda de comerciante mi amigo Rogelio. No se lo digan a nadie, pero en su imperio de programas y discos duros, de navegadores y de procesadores de texto, sospecho que Bill Gates, si es tan listo como dice, se ha dejado de cuentos y ha cogido, como Rogelio, un nuevo ejemplar del año 2000 de un viejo dietario, como se llame el Myrga allí en Estados Unidos, y en la primera hoja del mes de enero ha escrito como primera tarea del año: "Comprobar si se equivocaban o no los agoreros del Efecto 2000".

(Publicado el domingo 26 de diciembre de 1999)


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