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Gracias
a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios... El lo dijo dos veces,
pero yo lo pongo tres, como el gallo de San Pedro, ¿será por
gracias a Dios? Gracias a Dios, esta vez mi querido Jaime de
Marichalar ni metió el pinrel ni se puso el chalequillo en
pleno verano. Alzó su copa y no dijo que su nueva hija, la
pobre, se parecía a Doña Elena. La Infanta había tenido lo
que las vecindonas de las coplas llaman "una horita
corta". Todo había ocurrido con una fluidez de calzada del
Imperio Romano, tras una cesárea a la augusta, que suena a
Julio César total. Por eso, como además ya no era padre
primerizo, no sufrió la traición de los nervios, y en vez del
chalequillo se puso el invisible babero de los padres a los que
se les cae la baba con la niña. Gracias a Dios. Victoria.
Y gracias a Dios, a la hora del nombre, Doña
Elena se ha metido por el camino de la Historia. Está muy bien
esto de que la Familia Real se ponga en plan Guntha Kinte, a
buscar las raíces. A ver si el personal comprende que esto de
la Corona no empezó un día de febrero con una entrepierna bien
puesta sobre el tricornio de un guardia civil, sino que viene de
un poquito antes. Tirando corto, de aquel gran demócrata que
fue Don Alfonso XIII, que en el limpísimo documento "Al
País" hizo el más claro reconocimiento de la soberanía
popular, cuando más o menos dijo: "Ustedes han votado
republicano y ya estoy yo en mi casa; ea, quédense mucho con
Dios y que le guerra civil les sea leve". Cuando dicen que
Don Juan Carlos es en el fondo republicano, pienso que de casta
le viene al galgo: su abuelo aceptó por España quitarle la
corona y ponerle el gorro frigio que quería el personal.
Los monárquicos por el plan antiguo (esto es,
cuatro gatos) estamos contentísimos con esto de Victoria. A ver
si de una vez sacamos a aquella gran Reina de España de la
infamia de la botella de ginebra donde la tienen recluida los
escritores republicanos. A ver si así queda al menos de
bisabuela del juancarlismo y de madrina de pila del Príncipe de
Asturias. Lo de Victoria hasta hace olvidarnos de los cruces de
la doble raya de la línea de sucesión al Trono que se vienen
produciendo. En el posibilismo de la Institución y tal como
está el patio de las Monarquías europeas, hasta los del plan
antiguo dejamos a un lado la línea sucesoria y vamos más bien
al mogollón del bingo sucesorio de la Infanta Doña Elena. A
quien por cierto, con mi felicitación, recuerdo desde la
lealtad que su boda del siglo fue en Sevilla. Hombre, Señora:
después de lo de Victoria y lo de Federica, una mijita de
Macarena, o de Reyes o de Rocío, en plan Froilán, no vendría
mal. Sobre todo para que los que no sacan a Doña Victoria de la
ginebra puedan llamar a la niña Macarena o Rocío, igual que a
su hermano le dicen Froilán por no mentar a Felipe V ni a Don
Juan.
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