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Por
decirlo con el propio lenguaje del flamenco,
cejas negras como la endrina y pelo blanco como la nieve de una
sevillana bíblica de Paco
Toronjo. Bajo esas cejas, unos ojos que se cierran en la
inspiración del universo de belleza que puede quedar apresado,
pájaro canoro, entre los barrotes de cinco cuerdas. Hablo de
Manolo Sanlúcar. Paco de Lucía salió del cuarto donde su
padre lo encerraba para que se aprendiera las placas de don
Ramón Montoya y pegó tal salto de creatividad que cayó,
tirando corto, por la parte del Carnegie Hall y de la Deutsche
Gramofon. Manolo Sanlúcar, aun innovando, aun creando,
permaneció más fiel a nuestras raíces flamencas. Siempre que
oigo la guitarra de Manolo Sanlúcar me acuerdo de los versos
del jerezano Manuel Ríos Ruiz. Hace muchos años, cuando Ríos
Ruiz era secretario de redacción de "La Estefeta
Literaria", Ríos Ruiz fue el primero que nos habló del
arte de Manolo Sanlúcar, cómo su estatura de artista se
elevaba sobre un horizonte de Moraos de Jerez y de la Marchena
de Melchor.
Por eso, por venir de quien viene, cuña sangrante de savia
de arte de la misma madera del cante, del toque y del baile,
tiene más valor la denuncia que ha hecho Manolo Sanlúcar. Ha
puesto la cejilla de su guitarra ni más ni menos que en el
traste justo de la servidumbre, ay, del flamenco. Manolo
Sanlúcar quiere que en los conservatorios andaluces se enseñe
guitarra flamenca.
--- ¿Ah, pero en los conservatorios andaluces no se enseña
guitarra flamenca?
-- Pues por lo visto no, por lo visto se enseña gaita
gallega y dulzaina castellana, pero no guitarra flamenca.
En su denuncia, Manolo Sanlúcar está más solo que la voz
de un cante por soleá o por seguiriyas. Manolo Sanlúcar dice
lo que todos callan: "De esto tienen la culpa los
flamencos, por su capacidad infinita de sometimiento". Ole,
Manuel... Y otro ole cuando añades: "Los flamencos tenemos
el estigma de ser siempre gente de servicio, y hay muchos que
quieren seguir viéndonos como criados y tienen poder."
Olé, olé, olé y olé, Manuel, como en el anuncio de los
aceites de Ybarra metido a compás de salve rociera.
Manolo Sanlúcar ha dado en todo el bebe de las servidumbres
andaluzas. El terrible destino del flamenco. Los flamencos le
cantaban a los señoritos en el cuarto de los cabales, hasta que
vino Antonio
Mairena, los dignificó, y los puso a cantar con cargo a
los presupuestos municipales en los festivales de los pueblos.
La Junta y el poder municipal son ahora el Gran Señorito, a lo
Orwell, para el que tienen que seguir cantando los flamencos.
Los presupuestos públicos son ahora la cartera del señorito.
Por no hablar del Gran Señorito de Los 40 Principales, de
Cadena Dial y de Radio Olé, al que debe doblegarse todo José
Mercé que quiera ver cómo reluce la gran calle de Alcalá
cuando suben y bajan los andaluces con disco nuevo.
En este orden de servidumbres, quedaban antes por lo menos
las voces de la rebeldía del flamenco-protesta. ¿Dónde están
ahora esas voces? En la guitarra de Manolo Sanlúcar: "La
guitarra flamenca ha adquirido un reconocimiento mundial
tremendo y pocos instrumentos tienen su capacidad de
convocatoria y sin embargo tenemos que estar todos esperando a
que el señorito nos haga el regalo de Navidad del
criado..." (Traduzco: el señorito es la Junta.)
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