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                Los
                poetas, los locos, los niños y Sara Montiel dicen siempre la
                verdad. Con su cubano de reglamento, estaba Sarita en la salita
                de recibir Paradas y atracadorees, cuando le pusieron al cuello
                un pincho de picar hielo, dixit, de lo menos medio metro de
                largo. O estoy tan equivocado como en mi
                teoría monárquica de la bicicleta y la moto matizada ayer
                con la fibra de carbono de Armstrong por Pedro J. Ramírez, o un
                pincho de picar hielo de medio metro no es tal pincho, sino un
                piolet alpino como el que usó Mercader para darle matarile a
                Trotsky. Pincho aparte (el mío, de tortilla), desde la altura
                de las pirámides de sus años, Sarita puede permitirse el lujo
                de llamar a las cosas por su nombre. No sabe nada de lo
                políticamente correcto, ni falta que le hace. Le preguntó la
                pasma por los choris, cómo chamullaban, y dijo:
                 -- Tenían acento moro... 
                ¡Qué extraterritorialidad! Cómo será de bueno el
                casoplón de Sarita Montiel, que es el único sitio del Reino
                donde aún hay moros. A Sarita no la atracó un norteafricano,
                ni un magrebí, ni un súbdito del Reino alauita (que cortes
                aalí las dos orejas, Fernando Arias Salgado). Nada: un moro
                como Alá manda. Un moro de toda la vida. Un moro de Regulares,
                un moro de romance fronterizo, un moro de caballo de Santiago.
                Lo que se dice un moro. La casa de Sarita debería ser declarada
                por Cultura como BIC: es el único sitio de España donde hay
                moros. Ni en la costa de Tarifa hay moros; son sin papeles y con
                pateras. Abenámar, Abenámar no es moro de la morería; ha
                sentado plaza de triunfal moro de Venecia en el Festival. 
                Y del mismo modo que el único moro que existe en España es
                el tío que buscaba el babero de esmeraldas de Sarita, el único
                negro que nos queda es el dinero. Lo más sorprendente de la
                masiva afloración o desfloración detectada por la varita de
                zahorí del gobernador del Banco de España es que a esos
                papeles les llaman negro y tampoco pasa nada. Negro, aquí, lo
                que se dice negro, sin que te pase nada, sólo se lo puedes
                llamar al dinero. Sobre todo si eres obispo. El dinero que los
                obispos daban antes para los negritos del Domund lo guardan
                ahora en negro en Gescartera, asesorados por Antonio Machín,
                que decía que también se van al cielo todos los dineros negros
                buenos. Si lo observan, hasta hay un cierto temor en llamar
                negro al dinero, lo correcto es decirle B. Lo negro no existe.
                Stendhal escribiría ahora "Rojo y subsahariano". Si
                se enseñara Historia, a Gil Robles lo pondrían en el Bienio
                Subsahariano, nunca en el Bienio Negro. 
                Así que no le arriendo las ganancias a Sara. No sé si la
                bisutería fina le aparecerá, pero las gracias ha de dar a la
                Patrona de Campo de Criptana si no le montan una inquisición de
                papel por haber dicho que la ha atracado un moro. 
                Página
                de Sara Montiel en Internet 
                  
                
     
                 
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