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                Nada
                más útil que consultar un buen Manual de Gramática Parda para
                entender este debate sobre la Institución Monárquica que ha
                abierto la boda de un príncipe de segunda con una señorita de
                quinta en un país de tercera, al que en la ortografía de lo
                políticamente correcto hemos de tomar encima como paradigma de
                todas las perfecciones históricas, sociales y culturales en
                coronadas materias. En las tierras de Fernán González se toma
                como ejemplo a Noruega, en las comunes ansias de disimular a
                cualquier precio que esto sea un
                Reino.
                 Con el citado Manual de Gramática Parda en mano colijo que
                estamos en el debate de la bicicleta. Cito al clásico del
                género: "Si mi abuela tuviera dos ruedas y un manillar no
                sería mi abuela, sino una bicicleta". No queremos admitir
                que la bicicleta sea una bicicleta. Con los costalazos
                históricos que muchos tuvieron que darse por montar
                precisamente una bicicleta conforme a los cánones del
                ciclismo... En la degradación tanto ética como estética del
                "todo vale", se está llegando a la aberrante
                conclusión colectiva de que la mejor bicicleta es la bicicleta
                con motor. Que si no se le pone un motor a la bicicleta, la
                bicicleta no marcha. Bueno, un motor, elevalunas eléctrico, y
                cierre centralizado en las cuatro puertas quieren ponerle
                algunos a la bicicleta, como se lo ha puesto ese noruego que
                tiene la misma cara que los que retiraban a una señorita de la
                barra de Chicote. 
                Como todo vale, no solamente se admite que la bicicleta tenga
                motor, sino que, además hasta se exige que todas las bicicletas
                tengan motor. Si en Noruega le han puesto motor a la bicicleta,
                nosotros tenemos no solamente que ponerle motor, sino turbo y de
                dieciséis válvulas. Ah, y con ese nuevo dogma que a todos nos
                obliga, hay que admitir como lo más normal del mundo y como lo
                políticamente más correcto que con esa bicicleta con motor el
                mocito pueda correr el Tour de Francia. Es más cómodo, claro.
                Y más progresista. 
                Por el contrario de estos razonamientos, a los que no
                tragamos y seguimos pensando que el Tour, el Giro y la Vuelta
                han de correrse con bicicletas de toda la vida, bicicleta sin
                motor, con esfuerzo y con dignidad histórica, nos llaman ya
                ciclistas integristas. El ciclista a la altura de los tiempos es
                el que admite el motor en la bicicleta. 
                Quiero en el debate nacional de la bicicleta decir que ni don
                Manuel Azaña ni don Niceto Alcalá Zamora hicieron tanto por la
                causa de la República en España como la señorita Eva
                Sannum. Si se trata de eso, de que usemos una moto en lugar
                de una bicicleta, que lo digan. Pero que no me vendan más la
                moto como si fuera una bicicleta. Puestos así, me borro de
                ciclista. Por mí como si quieren pintar la bicicleta de rojo,
                amarillo y morado. Punto este de la manita de pintura tricolor
                que le comenté a José
                Antonio Gómez Marín, mi condiscípulo en la Facultad de
                Gramática Parda, y me dijo: 
                -- Ojalá, hijo, ojalá... 
                Sobre la Corona y la
                boda del Príncipe, en El RedCuadro: 
          
          
          
          
          
          
          
          
          
          
          
                  
                
     
                 
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