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Cervantes
sigue existiendo en los personajes que continúan llenando
nuestras calles, los loquitos del viento de Levante que hinchan
perros con un canuto. Quevedo sigue existiendo en esta España
de tercetos encadenados al poder. Y todos los días, en un
rinconcito del periódico, seguirá viniendo ese homenaje al
mundo literario de Cela que es el santoral. A lo largo del
tiempo, la Santa Madre Iglesia fue subiendo santos varones a los
altares para no dejar por embustero a Cela. Más que santos,
comprobamos ahora que eran personajes de C.J.C. Están
entornadas las puertas de la Academia por Camilo y el periódico
trae, como cada día, no sé si el santoral o un índice de sus
personajes. Los de ayer eran: Rosalina, Sulpicio, Julián Sabas,
Mérulo, Leonina. Todos nos suenan. Rosalina fue una moza que
saludó al viajero por la Alcarria. Sulpicio, un indiano de
"La catira". Julián Sabas, no hay duda, uno que
vendía liadillos de tabaco hecho con colillas en "La
colmena". Mérulo fue soldado de cuota del "San Camilo
1936". Leonina, una iza, rabiza o colipoterra citada como
autoridad en el "Diccionario Secreto". Y vienen en ese
rinconcito del cotidiano homenaje eclesiástico al ya difunto
señor obispo de Iria Flavia tres personajes que son definitivo
homenaje. Los pones en letras de molde y empiezan a vivir por
sí mismos, en escritura automática. Son los hermanos Espeusipo,
Eleusipo Y Meleusipo. ¿De qué novela de Cela los conocemos?
¿O es de un artículo que le leímos en "El
Independiente" y luego no fue recogido en libro?
Como la cervantina o la quevedesca, como el Madrid galdosiano
o la Galicia valleinclanesca, existe la España de Cela, que
sobrevivirá a su autor. Cada amanecer pisará la dudosa luz del
día. Ayer mismo, con las campanas doblando y las radios con el
adiós de todos lo que no lo leyeron, la realidad de España
estampaba su escritura de pésame en los mortuorios libros de
firmas. Ese arcipreste que dice que dar menos de un euro de
limosna en la misa es ofender a Dios no es de Valencia; es de
Cela. Esa corbata de lazo del presidente de la Sala Cuarta de la
Audiencia Nacional no es de Carlos Cezón; es de Cela. Esa
paliza a Juan Luis Galiardo por bañarse en pelota viva en la
playa de San Roque no es de juzgado de guardia; es de Cela. Ese
Garci Fernández de Gerena, poeta malísimo, pero muy antiguo,
casi del tiempo de los moros, don Camilo, no es del Cancionero
de Baena; es de Cela.
Cela, pues, no ha muerto. Porque siempre seguirá existiendo
su España.
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