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Palmero,
sube a la palma. En cada telediario, las siete toneladas o siete
toneladas y media de lentejuelas del vestido de la reina del
Carnaval. Los equipos médicos habituales del corazón y sus
noticias, trasladados enteros y plenos a las islas que aún no
sé por qué llaman afortunadas. Unas cadenas tiran para Las
Palmas y otras para Tenerife. Desde las dos capitales canarias,
murgas y desfiles, concursos de comparsas, jurados y famosos
traídos desde la península a gastos pagados. Y la venganza de
la temperatura. Cuando el parte del tiempo está diciendo que
hay que llevar cadenas y una botella de anís del mismo nombre
para cruzar las portillas del Padornelo y de La Canda, la
presentadora nos dice ofensivamente que allí están a 30 grados
y que en la playa no se cabe. Con el Carnaval parece como si
Canarias dejara de ser el ignoto lugar de la hora menos.
Canarias, en estos días, marca el meridiano exacto de Don
Carnal y Doña Cuaresma. Pregúnteme lo que quieran sobre galas
y bullangas, sobre las coplas que cantan las murgas, sobre la
dedicación al Caribe.
Se ve que Larra no se embarcó en un barco de la
Transmediterránea cuando escribió aquello de que en España
todo el año es Carnaval. Ojalá todo el año fuera Carnaval en
esa España que es Canarias, pese a lo que de vez en cuando
digan en la Organización de la Unidad Africana o pese a las
mediciones de su plataforma continental que Mohamed VI empieza a
hacer a efectos de sondeos petrolíferos desde Rabat. Quiero
decir que ojalá todo el año fuera Carnaval en Canarias, porque
así las mal llamadas Afortunadas no serían perennemente las
Islas Ignoradas. Me encantaría que los españoles tuviéramos
todo el año por lo menos la misma presencia de Canarias que en
este tiempo de Carnestolendas. No sé qué pensarán los
canarios, pero me imagino que esto es como si sólo habláramos
de Asturias cuando el descenso de Sella, de Navarra cuando los
sanfermines o de Valencia cuando las fallas.
Canarias ahora no está disfrazada. Será luego. Una vez
enterrada la sardina, el Miércoles de Ceniza empezará su
verdadero Carnaval, que dura todo el año. El Carnaval de una
península que la ignora, en el que lleva el disfraz del olvido.
Empezará el Carnaval de una producción agraria que depende de
Bruselas, de una pesca que depende de Rabat, de un turismo que
depende de las multinacionales alemanas, de una inmigración que
depende nadie sabe de qué. No veremos entonces la murga de los
subsaharianos lavándose en las fuentes públicas, ni de los
agricultores plataneros arruinados. Canarias se pondrá entonces
su disfraz de una hora menos. Ese es el verdadero disfraz
canario, en un Carnaval que dura todo el año y que está
dedicado siempre al bolero: "Dicen que la distancia es el
olvido".
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