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Ya
es mala pata. Con lo grande que es el mundo y con la de ciudades
que hay por ahí por el continente de la moneda única, no han
podido elegir otra ciudad más que Sevilla para la Cumbre
Europea del mes de junio. Claro, con tanto decir que esto es
magnífico, que aquí se pasan unos fines de semana de ensueño,
que los hoteles con encanto son una maravilla y baratísimos
además, que los sevillanos somos la gloria bendita, que las
tapas son para matarse y las copas para resucitan un muerto, que
las mujeres son bellísimas, todas ataviadas con mantilla modelo
Pepe Hurtado, y que los hombres vamos todos vestidos de toreros
por las calles y que nos echamos unos cantes flamencos que
tiembla el misterio, a la hora de elegir sede, pues nos cayó la
china de la cumbre. Esto es lo que acarrea la política de traer
a Sevilla todo lo que parezca un congreso, una convención, un
simposio, un banquete, una boda o un bautizo. A falta de
inversiones productivas ajenas a la hostelería y a falta de
Olimpiada, buenas son tortas. Y nunca mejor dicho lo de tortas.
Tortas las va a haber de todos los colores, y precisamente no
del rojo y el celeste de las tortas de la Calle Real o de la
Plaza de Castilleja de la Cuesta.
El follón puede ser ciertamente cumbre. Nada más que ha
faltado el "stand" de los Antiglobalización en Fitur,
porque Sevilla ya está marcada como destino turístico de la
rebullasca mundial. Por si nos faltara movida, la importamos.
Por si fuera poca la ciudad patas arribas de las botellas rotas
y las bolsas de plástico de los fines de semana, los
antiglobalizadores. Que serán como el Jugador Número 12 de la
cumbre. No hay acontecimiento mundial en Sevilla, sea Expo, sea
partido de la selección nacional de fútbol, sin Jugador
Número 12. Como a los sevillanos esto de la cumbre y de la
globalización nos la trae mayormente al fresco, importamos
apasionamientos. Helos, helos por do vienen, por la carretera de
Marinaleda, ya perfectamente puestos de acuerdo. Y del otro
lado, los antidisturbios ya están haciendo maniobras para
repartir goma, y no precisamente de borrar.
Mi tesis es que toda esta preocupación previa es excesiva.
Tranquilos. Sevilla podrá con todo, como siempre puede. Hasta
ahora, los antiglobalizadores han ido a protestar a ciudades
hoscas, de protestantismo y salchichas, no a capitales abiertas,
con sol, con bares, con tambores y cornetas, con cultura de la
calle, donde da gusto estar. Mi tesis es que todos quedarán tan
encantados con Sevilla que al poco dirán que a la
globalización, que le vayan dando. Puede que los primeros que
lleguen tengan puesta la casé de Davos y la armen. Por poco
tiempo. Hasta que entren al primer bar, y prueben el fino, y las
tapas, o se sienten en unos veladores en plan simpático, y
digan lo que dicen todos los que vienen:
-- ¡Chico, qué calidad de vida tenéis aquí!
A las dos horas de estar aquí, los antiglobalizadores serán
asumidos por la anuladora Sevilla, la que siempre acabó
conquistando a todos los que llegaron dándoselas de
conquistadores, hasta a los moros, que no se quisieron ir y se
quedaron para salir en los romances de Fernando Villalón.
Llegarán a la Plaza del Salvador, abandonarán las pancartas
junto a las columnas de los soportales y se liarán de copas. Yo
que mi admirado Antonio Bertomeu, jefe policial del operativo
antiglobalizadores, únicamente reforzaba los efectivos en
Triana. No por nada, sino porque todos, a la noche, ya
conquistados por Sevilla, querrán ir a casa de Anselma a bailar
sevillanas.
Y allí no se va a caber.
Eso sí que va a ser cumbre.
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