Esto
es un elogio en tiempo y forma del alcalde socialista de Cazalla
de Sierra, que se lo dedico a su hermano don José Rodríguez de
la Borbolla, que me estará escuchando, y al distinguido
público de la sala.
Si en Andalucía hubiera una medalla de las Bellas Artes o de
la protección del patrimonio monumental, habría que dársela
al alcalde de Cazalla, don Ángel Rodríguez de la Borbolla. El
cual ha decidido abrir la veda contra las fachadas de azulejos
que en estos últimos lustros se han ido cargando la maravilla
de la cal en el
caserío blanco de los pueblos andaluces. Nadie sabe dónde
surgió esta cerámica idea asesina de los blanqueos, homicida
de los zancos y las escobillas de la cal de Morón y
Fuenteheridos. Debió de ser un día lejano en que en un pueblo
cualquiera de la sierra o de la campiña, de la vega o del
litoral, una María dijo:
-- Pepe, y en vez de tener que encalar la casa para las
fiestas todos los años, ¿por qué no la forramos con los
azulejos que nos han sobrado de la reforma del cuarto de baño?
Total, compramos cuatro cajas más en el polvero y la ponemos de
dulce.
Así fue como surgió el porcelanoseo de la cal. De la
Ruta de los Pueblos Blancos pasamos a la Ruta de los Pueblos
Porcelanosos, con fachadas alicatadas hasta el techo como
cuartos de baño. Azulejos espantosos, ora serigrafiados, ora
metalizados, ora verdes berrenchinosos de la Vera Cruz, ora
negros de la Soledad. De todos los colores imaginables, placas
cerámicas nunca pensadas para exterior, sino para cocinas y
cuartos de baños, se enseñorearon del prodigio de la
arquitectura popular andaluza. En el ideal andaluz de la
limpieza, donde llamar "guarra" a una señora es el
peor insulto que se le puede decir, las vecinas, que antes
competían en la blancura de la cal de sus casas, pujaban ahora
por ver quién ponía su fachada más costeada de azulejos
carísimos. Al principio fue el zócalo. El zócalo pintado o de
ladrillo visto fue sustituido un día por el azulejo. Se acabó
la pintura o el barnizado por los bajos. ¿Y por qué no seguir?
De ahí surgió la fechada alicatada, a ver quién la ponía de
azulejos más espantosos.
Y como Borbolla el alcalde cazallero tiene paladar y gusto
fino, ha dicho que ya está bueno lo bueno, y que la Porcelanosa,
para Isabel Preysler, que para eso cobra. Ha hecho un estudio, y
ha visto que entre el 20 y el 25 por ciento de las 2.670
viviendas de Cazalla tienen la fachada de azulejos. Pues a
quitarlas se ha dicho. ¿Cómo? Dando facilidades y apoyo: a
todo el que quite los azulejos de su fachada y devuelva la cal
que nunca debió ser ocultada, le dispensan de licencia de obra
y creo que hasta le regalan un pavo por las Pascuas.
Esta sensibilidad patrimonial ya está presente en muchos
pueblos, que en sus planes de urbanismo o en las ordenanzas de
la construcción han prohibido terminantemente las fachadas
porcelanosas. Eso es para el futuro. Pero el pasado está ya
sepultado debajo de unos lienzos de azulejos horrorosos. Y como
el mal está hecho, se trata ahora de abordar su remedio, como
han hecho en Cazalla. ¿De qué sirve que en obra nueva no se
puedan poner azulejos en fachada, si todo el pueblo está lleno
de ellos?
Así que yo quiero hoy elogiar en tiempo y forma al señor
alcalde de Cazalla por su recuperación de la vieja capancalá.
-- ¿Qué es esto de capancalá?
-- Sí, hombre, capancalá: cal para encalar.
Con decir que creo que lo van a imitar hasta en
Constantina...
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