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Si
lo de "negro" es políticamente incorrecto, ya me
contarán lo de "negrero"... Seguramente habrá que
llamarlos con toda corrección "subsaharianos" o
"marroquineros", quitándole la exclusiva de esta
última palabra a la economía sumergida que hace emerger a
Ubrique en la sierra gaditana. Pero los negreros existen. Vamos
que si existen... Según el Diccionario de la Academia,
cementerio de palabras políticamente incorrectas, negrero es el
que se dedica a la trata de negros. Los campos andaluces que se
cultivan con mano de obra inmigrante e ilegal, subsahariana e
indigente, están llenos de negreros. Ocurre que como a los
negros ya no se les dice negros, a los negreros también se les
ha cambiado el nombre. La mala conciencia racista nos hace dar
el rodeo de llamarlos con el circunloquio habitual de referirnos
a las mafias que trafican con los inmigrantes ilegales. Al
cambio, negreros.
Pero no me importa escribir la palabra negrero. Ni de
matizarla en todas sus nuevas acepciones. Hay dos clases de
negreros: los materiales y los inmateriales. Los negreros
materiales trafican con los nuevos esclavos cuando les cobran en
Tánger la morterada por pasarlos en patera por el Estrecho, por
transportarlos luego en furgonetas hacia los campos de trabajo,
por encontrarles acomodo y tarea de sol a sol a sesenta grados
bajo plástico. Cambien el escenario, de Sur de España a Sur de
los Estados Unidos, y les sale "Lo que el viento se
llevó" o la historia de Guntha Kinte en
"Raíces". Los barcos negreros son ahora las pateras;
las lonjas de ventas de esclavos son las furgonetas; Alabama cae
aproximadamente por Huelva y por Almería, siendo la fresa el
algodón que cultivan estos esclavos. Por El Ejido y por Moguer
deben de estar esperando de un momento a otro a la señorita
Escarlata O´Hara.
Esos son los negreros materiales, perseguidos por ley.
Después están los negreros inmateriales, que nadie sanciona y
ninguna ley condena. Son los que trafican con la inmigración
ilegal y su regulación como oscuro objeto del deseo político.
Los que usan a los inmigrantes contra la política del Gobierno
o los que los utilizan como revulsivo revolucionario de
conciencias capitalistas y globalizadoras. Estos negreros
inmateriales son los que han montado la gran farsa de la
Universidad Pablo de Olavide, en la que han sido demasiado
torpes en cuanto al tiempo y al espacio. Sería muy justa esta
reivindicación, quizá, hecha ante la Subdelegado del Gobierno
en Huelva y hace cuatro meses. Pero en Sevilla, precisamente en
Sevilla, y en vísperas del 20-J y de la Cumbre Europea dan un
cante horroroso. Cuatrocientos inmigrantes desperdigados por
Palos, por Cartaya, por Lepe, por Moguer, no se ponen de acuerdo
espontáneamente así como así para encerrarse a más de 100
kilómetros, y en una Universidad que ni los propios sevillanos
saben qué autobús hay que coger para llegar allí. Cuando los
inmigrantes quieren papeles, se congregan ante los sitios donde
saben que los dan: ante Inmigración, ante la Policía, ante la
Delegación del Gobierno. No van a una Universidad, donde el
único papel que expiden es el título de licenciado. Luego no
están en la Olavide por casualidad, porque anden despistados en
materia de burocracia de los papeles de la legalización, ni en
estas fechas precisamente por azar de calendario. Están allí
porque los han traído los nuevos negreros.
Claro que con este PP con ese insuperable complejo de derecha
en todo lo alto, espere usted sentado a que salga alguien y diga
con nombres y apellidos quién es el negrero político que
trafica tan lamentablemente con los nuevos esclavos en la
Olavide.
Sobre el 20-J, en El RedCuadro:
Capillitas de la
huelga
La
imagen de Andalucía
Falta Lauren
Postigo
Los
antisistema son del sistema
Obispos de silencio
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