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España
ha sido derrotada en el Mundial por un norteafricano con papeles
de árbitro y ha quedado campeona de Europa en esa Novena con
foto de familia que ha sido la Cumbre de Sevilla. En este lunes
de resaca del Mundial, del 20-J y de la Cumbre ocurre lo de
siempre. Mientras la derrota de Corea es absolutamente huérfana
y a la Huelga del Loctite y el Piquete apenas le salen padres
putativos, en el "Tómbola" de las declaraciones
empezamos a ver uno tras los padres que le han salido al éxito
de la Cumbre. Menos Dinio, todos se proclaman autores del
éxito. Con el cinismo habitual, los que intentaron por todos
los medios que Aznar pegara el petardo con la Cumbre son los
mismos que ahora dicen que ha sido un éxito de todos. Bueno, de
todos... De ustedes, desde luego, no. Pero estas cuestiones, ya
se sabe, no se reconocen aquí ni aunque un juez ordene la
prueba de paternidad. Si es por esos jueces que usted sabe,
capaces son de mandar hacer una prueba que diga que la
paternidad del éxito es de Zapatero. Escribir de este asunto
desde Sevilla en este lunes de resaca es como hacerlo desde San
Francisco el día después del terremoto. Desde este epicentro
me sorprenden aun más las múltiples paternidades del éxito de
la Cumbre. Los que dicen que esto ha sido un éxito de todos son
cínicamente los mismos que pusieron una huelga general
precisamente en la víspera para que el pinchazo fuera sonado.
Los mismos que con dinero público montaron una ciudad efímera
para dar cobijo, asistencia letrada, servicios médicos, duchas,
techo e incluso intérpretes a todos los reventadores
internacionales de Cumbres que quisieran venir, Black Block
incluido. Los mismos que acarrearon inmigrantes sin papeles para
que se encerraran en una Universidad que hasta entonces nadie
sabía ni dónde estaba. Los mismos que a uno que se pasea
libremente en una manifestación con un letrero que dice
"Soy marica, americano y me gusta Ben Laden" le
prestan mucho más apoyo que a Blair, Schröder, Chirac y siga
usted poniendo señores elegidos democráticamente con millones
de votos. A pesar de los grandes esfuerzos que estos hodiernos
padres del éxito han hecho para que todo fracasara, hoy gracias
a Dios no hablamos de Sevilla en términos de Génova. ¿Saben
por qué? Por los padres biológicos del éxito, que nadie les
reconoce y cuya prueba de paternidad me consta. Padres
biológicos han sido los sevillanos, forzado jugador Número 12
como siempre, que han aguantado con senequismo cordobés las
molestias de una ciudad enjaulada. Y al final, pero no los
últimos, esos 9.000 anónimos policías y guardias civiles y
quienes les ordenaron esa firme política de guante blanco que
ha demostrado, por fin, que una democracia es perfectamente
compatible con el más rígido ejercicio de la autoridad según
la ley. Y si no doy nombres de estos padres biológicos es
porque ni 600.000 ni 9.000 caben en esta columna.
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