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En
las Semanas Santas de antes de la Expo tenía en mi particular
programa de horarios e itinerarios algo tan secreto como dos
fiscales de paso. Igual que otros acuden a ver cómo tal capataz
manda tal palio, yo iba cada Jueves y cada Martes Santo a ver
pasar a estos dos fiscales. El uno era el fiscal del paso del
Nazareno del Valle. Venía de ver cómo las legiones de Roma se
rendían en San Lorenzo ante otro Nazareno, Señor de Sevilla, y
llegaba a O´Donnell en el momento en que venia, solemne y
silente, el paso largo del Señor con la Cruz ante la Verónica.
Y todos los años, el mismo rito: aquel fiscal de paso, al
verme, me hacía la cortesana inclinación de cabeza de la venia
de los nazarenos y daba en tierra un golpe de respeto con el
palermo. Durante muchos años no supe quién era aquel fiscal,
del que una tarde de Jueves Santo me dijo Manolo Díez Crespo,
que conmigo venía:
-- Compadre, ni al Rey Sol lo saludaban así en Versalles.
Veía pasar al fiscal del Valle con la ilusión con que los
niños la Cabalgata. Y como a los niños los picardean y les
dicen que los Reyes Magos son los padres, un día me quitaron mi
ilusión nazarena diciéndome que aquel fiscal de la cofradía
del Valle era el maestro José María O´Kean.
Me quedé entonces con la ilusión secreta del otro fiscal de
paso: el de Santa Marta. Cada Martes Santo, por San Miguel o por
Aponte lo veía marchar, palermo en la mano, templadas sus
pisadas, sin volver nunca la cara hacia paso del Señor de la
sangre hecha rosa. Alto, elegante, bien plantado. Con el
capirote mejor planchado de toda Sevilla, qué larga y recta la
doblez del antifaz sobre la cartonera. Con la túnica de cola
mejor llevada, como escapado de una plumilla de García Ramos.
Me pasó con el fiscal de Santa Marta lo contrario que con el
del Valle. Por mucho que quise enterarme, nadie sabía decirme
quién era aquel fiscal, el sevillano mejor vestido de nazareno
que podía verse pasar por los palcos. Hasta que al cabo del
tiempo, esencia gremial de la cofradía de San Andrés, un
evangelista apócrifo sevillano me dijo:
-- El que tú dices que es el sevillano mejor vestido de
nazareno de toda la Semana Santa es Manolo Otero Luna.
No podía ser de otra forma. Aquel fiscal de Santa Marta era
como la Sevilla auténtica y honda del libro de su abuelo el
maestro de baile Otero: compás, medida, rito. Aquel fiscal de
Santa Marta era como las viejas fotografías sepias de su Hotel
Inglaterra, cuando llegaba un auto con el Rey Alfonso XIII y
había un Otero que lo recibía entre las palmeras de la Plaza
Nueva. Cuando me dijeron que era Manolo Otero aquel fiscal tan
bien plantado de nazareno me expliqué mucho de su vida. Cuando
cogió el palermo de la casi inexistente burguesía sevillana
para entrar en la carrera oficial de la democracia con el
proyecto regionalista del PSLA. Cuando a la tela del antifaz de
las secciones económicas de los Sindicatos Verticales le puso
el macho del cartón democrático andaluz de la CEOE. Cuando en
la Cámara de Comercio hizo que se pasara desde el hueco de
torre de aquella covachuela del Archivo de Indias a la
casa-hermandad de los proyectos de ferias y palacios de
congresos. Una vez le dije en broma, compañeros de barba como
éramos:
--Manolo, hay que ver que desde que te subiste al trono del
Ateneo se te ha quedado cara de Rey Mago...
Quizá fuera el Rey Mago de la barba blanca que había dejado
sus zapatos en un balcón del Hotel Inglaterra y al que esta
Sevilla cruel echó muchas veces carbón. Pero no. Para mí,
Manolo Otero seguirá siendo siempre el fiscal de Santa Marta,
el nazareno mejor vestido de Sevilla. Y lo escribo con pena, en
la hora sevillana en que esa túnica, ay, quizá sea ya su
mortaja.
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