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Ha
sido de lo más interesante del verano y nadie le ha dedicado ni
un mal artículo, somos pocos los que tomamos el albero de los
ruedos como circulares espejos de España. Me refiero a la
irresistible ascensión de El Fandi. Cada 15 de agosto, fiesta
de la Asunción, celebra también la afición la subida de un
torero nuevo a la cabeza del escalafón en las largas noches de
los coches de cuadrillas por los caminos de España. Este año
le ha tocado por méritos propios a David Fandila. Se llama
Fandila. Ojú. Con razón se lo ha apocopado. Llamándose
Fandila se puede estar en la lista de los reyes godos, pero no
en cabeza del escalafón. Fandila suena a Favila: el oso que
mató a Favila y el toro de Daniel Ruiz que indultó Fandila,
profeta en su tierra de Granada, donde hasta tiene un verbo,
"enfandilar". Fandila enfandila.
Más Witiza que Favila, es aún oscuro el reinado de Fandila.
No sale en los programas del corazón de TV, ni le sacan novias
jerezanas en la prensa rosa. Cuando su biografía tiene un ver.
Conozco toreros que antes de figuras fueron robagallinas,
licenciados en Derecho o ricos por su casa, pero ninguno lo que
El Fandi: campeón de esquí. Debe de haber un momento en que
este chaval, contemplando la vida desde Sierra Nevada, decide
tirar por el camino de Belmonte en lugar de la pista de Paquito
Fernández Ochoa.
Y ha habido una segunda ascensión en el verano, que me
recuerda horrores al Fandi: la de Zapatero. En junio, nadie daba
un duro ni por Zapatero ni por El Fandi, y ahí están los
tíos, acabando con el papel y con las encuestas del CIS. Quizá
los unen las banderillas al violín. Al Fandi le pasa como a
Zapatero, que pone las banderillas al violín. Como aficionado,
no me interesa nada esto del violín. En cuestión de violín,
me quedo con las placas de Yehudi Menuhin. Pero sí me interesa
como fenómeno de masas. La gente estaba cansada de las
banderillas de El Juli y de las banderillas de Aznar, de poder a
poder, arriesgando, tragando, pero sin el atractivo de
transmitir el mérito que tiene hacer aquello más difícil
todavía. Aznar, por ejemplo, le ha puesto un par a Batasuna
asomándose al balcón y en una moneda de cinco duros. Pero lo
que de verdad ha sorprendido a los tendidos es que haya llegado
luego Zapatero y haya puesto a los batasunos su par al violín,
tocándole de paso el violón a las tesis de Pascual Maragall.
Por eso se han roto las manos aplaudiéndolo. Por eso está,
como El Fandi, en cabeza del escalafón. Cuando nadie esta
primavera daba un duro por ninguno de los dos.
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