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Los
camarógrafos de TV no filmaron el fuego de la torre de pisos de
Fuencarral, sino directamente un premio Pulitzer. Y nos dieron
testimonio gráfico de lo que no se suele reconocer: en esta
sociedad tan preventiva, tan saludable, tan protectora de
animales, de plantas, de minorías, que lucha contra el tabaco,
contra los ruidos, contra la contaminación, estamos bajo
mínimos en la lucha contra el fuego. La gente cree que en caso
de fuego lo único que hay que saber es llamar a los bomberos.
Las cuestiones ígneas las hemos dejado en manos de los
bomberos, a los que consideramos como sacerdotes encargados de
la llama del templo de la sociedad tecnológica. Razón por la
cual aquí, si no pasan más desgracias, es porque la Virgen de
la Paloma, patrona de los bomberos, echa horas extraordinarias.
Como no se divulgan las mínimas medidas domésticas contra
el fuego, en el incendio de Fuencarral, tras llamar, eso sí, a
los bomberos, los vecinos hicieron absolutamente todo lo que no
hay que hacer en caso de incendio. Si la casa ardió por los
cuatro costados fue porque abrieron las puertas en vez de
cerrarlas, y en cada descansillo se alimentó una hoguera que
por el hueco de escalera hizo el efecto chimenea. Lo digo porque
a mí me salió ardiendo la casa, y la salvó Isabel mi mujer,
que había hecho en su hospital un cursillo de salvamento y lo
aplicó a rajatabla: cerró todas las puertas y logró que las
llamas no salieran del cuarto donde habían prendido. Si hace
como en Fuencarral, aquello hubiera sido una pira.
Paradójicamente, en esta España tan urbana, donde casi todo
el mundo vive en un bloque de viviendas, la preocupación por el
fuego y la instrucción sobre cómo atajarlo se limitan a los
incendios forestales. Cuando el monte se quema, algo nuestro se
quema, pero cuando arde una cortina nadie sabe de quién es. Nos
machacan con lo que hay que hacer para evitar los incendios
forestales, pero nadie dice una sola palabra de cómo actuar
cuando el brasero eléctrico ha prendido las cortinas de salita.
Sabemos lo que nos cuestan los incendios forestales al año,
pero nadie echa las cuentas de las pérdidas del vecindario por
no saber nada del fuego. Si supiera, a estas horas no
estaríamos hablando del bloque de Fuencarral, porque habría
sido una chamusquina sofocada por el portero con el extintor, en
las cerradas puertas del piso de la segunda planta.
En nuestras contradicciones, nos dedicamos a elogiar a los
bomberos de Nueva York y a cronometrar el tiempo que los
nuestros tardan en llegar a un siniestro, como si en vez de a
apagar el fuego fueran a correr una contrarreloj de la Vuelta a
España. En lugar de elogiar tanto a los bomberos ajenos y
criticar a los propios, pido contra los fuegos domésticos al
menos la misma información cívica que contra los incendios
forestales.
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