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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo,  lunes 5 de mayo del 2003

  ¿QUIÉN HACE ESTO?    Abel Infanzón de hoynewchico.gif (899 bytes)          


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Dos amaneceres

Puede ser perfectamente el capítulo de una novela de Caballero Bonald. La estampa ocurre en una ciudad andaluza, años de color sepia del hambre y el miedo de la postguerra. Pongan un amanecer, un coche lleno de señoritos borrachos que vienen de un cabaré o de una juerga flamenca y van a rematarla en un bar del amanecer donde ponen el café y las tostadas con manteca colorada que entonan el cuerpo. Entre risas, chafarrinones de color de los ajustados vestidos y maquillajes desvaídos por la madrugada bajan del coche con ellos varias de las que llamaban mujeres de la vida.

¿La vida? La vida es la que ahora empieza en la ciudad, la que se cruza con ellos. La vida son estos hombres camino del trabajo, gorra y canasto del almuerzo; van quizá en una bicicleta, o camino de la parada del tranvía. Y la vida, con toda su angustia, penuria y esperanza son estas dos mujeres que ahora vienen, que se cruzan con ellos en silencio. Llevan un negro manto que les cubre la cabeza, una estameña marrón, una toca, un crucifijo. Calzan alpargatas. Alpargatas como las que lleva el albañil que va camino del trabajo y que se cruza con los señoritos echándoles el mitin anarquista de una mirada torva y un silencio. Por la acera de la ciudad, entre las risotadas de los señoritos y las hetairas, se oyen las alpargatas de los trabajadores y las alpargatas de estas dos mujeres. Son dos hermanas de la Cruz que vienen de pasar la noche en un corral de vecinos, de velar a un enfermo. Mientras lo han estado cuidando han aprovechado la noche para lavarle la ropa, para hacerle la comida a una vecina que tiene nueve niños y el marido parado.

En mi ciudad, como si fuera el desgarrador capítulo de una novela realista, se han visto muchas veces estos dos amaneceres contrapuestos. El amanecer de los señoritos de juerga que se cruzaban con el amanecer de las Hermanas de la Cruz que venían de pasar la noche en vela junto a un enfermo deshauciado, en la sala y alcoba de su corral de penurias, tuberculosis y hambres.

En la ciudad lo sabían, que había sido una mujer nacida en esos mismos hondones de la miseria la que fundó el convento de esas monjas. Sor Angela de la Cruz nació en un corral de vecinos donde había seis habitaciones y vivían seis familias: una en cada cuarto. Nadie tuvo que enseñarle dónde estaba el dolor, dónde la Cruz que abrazó. Entre el amanecer de las juergas y el amanecer de las monjas que venían de cuidar enfermos, la ciudad supo qué aurora tenía que elegir. Y como un símbolo, Sor Angela acabó poniendo el convento de sus Hermanas de la Cruz en la casa donde había nacido Fernando Villalón. Como en tantos amaneceres, eran dos Andalucías frente a frente. Fernando Villalón se murió sin haber logrado criar toros con los ojos verdes. Sor Angela de la Cruz se murió habiendo conseguido pintar una Sevilla color de cielo.

 

Sor Angela de la Cruz en Internet Todo sobre la canonización 


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