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El
Ave está dando mucha más literatura que el ferrocarril camino
llano, que en el vapor se va mi hermano, que cantaban los niños
en la olvidada canción de rueda. El ferrocarril de toda la
vida, el de las locomotoras de vapor que ahora están en los
museos, dio un poema tan largo como malo, "El tren
expreso" del pesado de Campoamor, y dio la gracia de Rafael
de León en "La niña de la estación": adiós que lo
pases bien, recuerdos a la familia, al llegar escríbeme.
Le hago caso al cuplé de Tío
Rafael y al llegar de hacer un mandado en Madrid escribo para
decirles que el Ave lleva dados a la literatura y al periodismo
muchos más jornales que el tren expreso, que se quedó en
Campoamor. Y nada digo de lo que da a la prensa del corazón.
Como el 90 por ciento de los personajes que nutren la prensa del
corazón y los televisivos programas rosas son de por aquí
abajo, cómo reluce la gran calle de Alcalá de la vía del Ave
cuando suben y bajan los andaluces famosos, y allá que están,
en Santa Justa o en Atocha, las cámaras de TV y las máquinas
de retratar buscando carnaza para las fieras.
He ido y he vuelto en el día a
Madrid en el Ave, lo cual, quieras o no, es echar un jornal.
Todos cantamos la excelencias del Ave, su puntualidad, y añado
al canto el elogio a su personal, a los supervisores como el
taurinísimo Don Emilio o a la eficaz Sonia del servicio al
cliente de Atocha, la hermana del torero Martín Antequera. Pero
nadie dice que ir y venir en el día a Madrid es ya de por sí
una jornada de trabajo. Con los traslados a las estaciones,
nadie le quita las seis horas a la ida y vuelta en el día. Seis
horas son una jornada de una semana laboral de 35 horas. Las doy
por bien empleadas cada vez que las echo, porque me vengo con el
artículo hecho.
Fui en Club y vine en
Preferente. Y observé que tanto en Club como en Preferente,
cada vez suenan menos los teléfonos de la famosa tribu de los
Indios Motorolos. En cambio fui a buscar a unos amigos en
Turista, y aquello sonaba como Club cuando el Ave estaba recién
inaugurado. En Turista debía de ser fiesta mayor, porque había
repique general de timbres de teléfonos móviles. En esos
vagones de los españoles de a pie sentados en Turista es donde
ahora en verdad hay que encontrar aquella literatura telefónica
del Ave post Expo. Mi observación es que el uso del móvil se
ha democratizado de tal forma que en el Ave ha hecho un
movimiento de cabeza a cola. Cuando se inauguró y teléfono
móvil tenían en Sevilla nada más que los que lo habían
mangado de la Expo por cuenta del Estado, las motorolas que
sonaban sólo en Club. Hacia 1995, empezaron a sonar como signo
de posición social, económica y empresarial en Preferente.
Cada ejecutivo iba a Madrid con su móvil, al que la secretaria
le llamaba a la altura de Puertollano para hablarle de la famosa
letra devuelta. En Turista no sonaba un solo teléfono.
Ahora es al revés. Ahora en
Club no suena absolutamente ningún móvil. En Preferente,
alguno, muy raro, de vez en cuando. Y el que lo lleva,
avergonzado, se levanta inmediatamente cuando le suena y se va a
hablar a una plataforma. En cambio, Turista es un ruidoso
festival de Movistar, Amena y Vodafone. Todo novio le dice a la
novia que ya va por Córdoba y toda madre llama a su niño para
decirle si está ya en la estación para recogerla.
Ahora que lo pienso, no
debería haber escrito ni palabra de este avance de cabeza a
cola. Corro el riesgo de que esto lo lea Javier Arenas viniendo
en el Ave, y no vean el coñazo de discurso electoral que nos va
a pegar sobre los logros del PP en materia de democracia
telefónica... Si es así, Javier, me debes una convidá. En el
vagón-cafetería del Ave, naturalmente.
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