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Con
Beckham como gancho, Joan Laporta ha sacado en las elecciones a
la presidencia del Barcelona una mayoría absoluta que ya la
hubiera querido para sí cualquier alcalde. Y nada más ganar,
ha proclamado lo que por lo visto allí quería oír todo el
mundo: que va a convertir otra vez al Barsa en aquello tópico
de algo más que un club, para que sea símbolo del catalanismo.
Ha dicho concretamente que quiere "conservar las raíces
culturales e históricas del club con el catalanismo". ¿No
les suena a himno andaluz, a los del Barsa queremos volver a ser
lo que fuimos?
Eso del Barsa como símbolo del
catalanismo lo saben bien los andaluces de la emigración a
Barcelona. El Barsa es el club de la novena provincia andaluza,
la emigración. Cuando en los años 60 y 70 los andaluces
llegaban a Cataluña como tierra de promisión laboral, lo
primero que hacían era apuntarse al Barsa, si no como socios
sí al menos como forofos culés. Cambiando sólo una vocal
obtenían la tarjeta de identidad catalana: pasaban de calés
andaluces fuleros a culés auténticos catalanes. El Barsa les
daba el carné culé de catalanes. Aunque no se sacaran el
carné, proclamarse culés significaba la patente de
catalanidad. (Era un fenómeno parecido al del Real Betis en
Sevilla. En Sevilla, históricamente, todos los forasteros se
apuntaban al Betis para afirmarse en su sevillanía. Todos los montañeses
eran del Betis, ¿a que sí, Rogelio
Gómez?. Por eso San Fernando,
que era leonés, tiene sobre su urna de plata una corona y un
cetro que simbolizan el escudo de las trece barras.)
Como ven, una vez más estamos
ante los catalanes dándonos envidia y señalándonos cómo
podían ser las cosas aquí abajo, para que no nos tomaran por
el pito de un sereno. A la misma hora en que Laporta afirmaba la
catalanidad del Barsa, el Málaga impedía que el Sevilla jugara
la UEFA. Entiendo poco de fútbol, lo mío es el Currobetis,
pero tengo entendido que al Málaga no le iba nada en el
partido. ¿Qué más le hubiera dado dejarse ganar por el
Sevilla, total, si no sacaba nada? Pues le hubiera dado,
aproximadamente, lo mismo que al Sevilla el otro día, yendo de
puntillero del Recre, para hundirlo a la Segunda. Aquí el
fútbol no nos afirma en la idea regional, como el Barsa de
Laporta, sino en la idea local. Ganándole al Huelva, nos
afirmamos en nuestro sevillanismo. Ganándole al Sevilla, nos
afirmamos en nuestro malagueñismo. Los equipos vascos, cuando
están tragando quina, se ayudan unos a otros, y el Bilbao se
deja ganar si así beneficia a la Real Sociedad. Aquí no
solamente no se ayudan unos a otros como buenos hermanos
andaluces, sino que los problemas de unos traen al pairo a los
otros. Está por ver que alguien, en nombre de Andalucía, haya
protestado por la jangá que le han hecho al Recre
Manque Pierda
poniéndole en Elche
la final de Copa. En
otro sitio, la gente saltaría de gozo porque un equipo de la
tierra pueda ganar la Copa del Rey. Aquí, ni copa, ni rey ni
sota: aquí todo es as de bastos para pegarle al vecino en toda
la boca. Que los partidos entre equipos de la tierra sean de
alto riesgo y que un Jerez-Cádiz sea siempre la reedición de
la batalla de la Janda lo dice todo.
¿Fallo del fútbol? No, el
fútbol es así. Fallo de lo que siempre decimos: fallo del
proyecto autonómico. Por muchos eslóganes que echen por Canal
Sur, la unidad de Andalucía es un sueño que no resiste un
partido de fútbol. Aquello que se decía "de Ayamonte a
Almería, una sola Andalucía" no ha cuajado, y es quizá
el número rojo más importante que tiene esta autonomía
billonaria. Los andaluces, cierto, somos individualistas. Pero
una cosa es ser individualistas y otra gozarse con el triunfo
del Real Madrid y que le vayan dando al Sevilla F.C.
Sobre este tema, en El
RedCuadro
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