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Esto
lleva una velocidad que parece que las elecciones municipales se
celebraron hace un siglo. Si no fuera por el tamayazo de Madrid
y los tamayazos de Algeciras e islas adyacentes, nadie se
acordaba de las municipales. Los nuevos ayuntamientos parecen
viejos, de pura rutina. O de normalidad. A lo mejor esto es la
bendita normalidad democrática: que haya relevos en el poder y
no ocurra nada. Nos parecía que lo de Jerez era una hecatombe y
si se habla de Jerez es porque se ha casado la niña de Fermín
con el niño de Borja. En Jerez lo que ha pasado es que Fermín
sigue siendo Fermín y Borja sigue siendo Borja. No hay que
decir los apellidos para que todos sepamos quién es quién en
Jerez.
Esta aparente normalidad la
interpreto como que en Andalucía hay una estructura consolidada
de poder, por encima y por debajo de los ayuntamientos, que hace
que las cosas no cambien o, si lo hacen, sea a paso de tortuga.
En cualquier otro lugar con mayor dinamismo social y político,
que el partido mayoritario que tiene en la Junta de socio a los
andalucistas hubiese cambiado de aliado en los ayuntamientos y
hubiera elegido a Izquierda Unida para el copo de sus almadrabas
municipales, hubiera significado quizá una crisis de gobierno.
¿Ha pasado algo? Nada, cero cartón del nueve. El símbolo es
la Avenida de Sevilla. A un extremo de la Avenida está San
Telmo; al otro, el Ayuntamiento. En un lado de la Avenida, el
PSOE gobierna con el PA; en el otro, con IU. En el trayecto de
una carrera de taxi, casi por el precio de la bajada de bandera,
dos modelos políticos perfectamente incompatibles y
contradictorios. Y no pasa nada.
Y por ningún lado veo la
euforia del PP con eso que dicen que ganó en todas las grandes
capitales. Si es así, si han ganado, ¿dónde está la euforia
del PP de cara a las elecciones autonómicas que están a la
vuelta de la esquina? Ay, el día que el PP se crea de verdad
que puede ganar las elecciones en Andalucía... Eso, hoy por
hoy, no se lo creen ni borrachos de rebujito en una feria.
O con una copa de manzanilla en
la mano. Mientras Aznar tenga de Andalucía la idea que tiene,
tenemos Chaves para rato. El símbolo, que nadie ha comentado,
fue la copa de manzanilla de Aznar en Bajo Guía. Llegó Aznar
en pleno Rocío a Sanlúcar, camino de Doñana, como las
hermandades de la provincia de Cádiz. Cuando lo vi en una
portada de periódico, copa de manzanilla en mano, me dije:
"Hombre, menos mal que Aznar se ha enterado y se va a
dignar ir al Rocío..." Me equivoqué de medio a medio.
Aznar le tiene tanto respeto y conoce tanto a Andalucía que es
capaz de estar en pleno Pentecostés a cinco kilómetros del
Rocío, en Doñana, y no dignarse aportar por la aldea
almonteña. ¡Qué sensibilidad para las cosas andaluzas la de
este hombre! No digo yo que se fuera con la orgánica de María
Jiménez y la hermandad de Triana, o con la de La Pantoja y la
hermandad de Marbella, pero ¿qué trabajo le hubiera costado a
Aznar coger un Land Rover en Doñana y acercarse a la ermita,
ojo, a la ermita, y rezarle no sólo a la Blanca Paloma, sino a
la Virgen que venera un millón de andaluces y que une a toda
Andalucía mucho más que la Junta? Cuando el Rocío no era lo
que es hoy en día y España era además una República que
presumía de quitar crucifijos en las escuelas, don Alejandro
Lerroux fue al Rocío. Don Julián Besteiro vino a la Feria de
Sevilla. Este, si viene a Andalucía, es para su pan y circo
particular del descanso en Doñana que le pagamos todos. Aznar
viene a Andalucía como un turista alemán, a la playa y a
descansar.
Así que quien levanta la copa
de manzanilla mientras esto siga así no es Aznar: es Chaves.
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