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Los
españoles nos dividimos en estos días en dos grandes grupos, a
saber: los que tenemos que dar una conferencia sobre la
Constitución y los que no han tenido que dar una conferencia
sobre la Constitución. "En Madrid, cuando las 8 dan, o das
una conferencia o te la dan", decía el refrán del Café
Gijón. Ahora habría que acuñar otro: "Constitución de
la leche, todos dando conferencias, por saco dando Ibarreche."
Ese primer grupo de los que en estos días estamos por los
caminos de España de predicadores constitucionales, dando el
sermón de la libertad y haciendo el panegírico de la
democracia, se subdivide, a su vez, en dos: los que hemos tenido
que formar parte del jurado de un concurso de ensayos, poemas o
trabajos escolares sobre la Carta Magna y los que no han tenido
que leerse un solo original.
Como liberal gaditano
partidario de la cuestión desde sus orígenes en La Pepa de
1812 y predicador ocasional de las excelencias de La Nicolasa de
1978, he tenido que ejercer de jurado en un concurso escolar en
torno a la Constitución. Y me ha dado pavor comprobar de cerca
la historia que han inventado para enseñar a los españoles
más jóvenes. Se habla mucho de las "ikastolas" como
fábricas de odio, y de los textos escolares que en ellas
presentan a los asesinos de la ETA como héroes mitificados del
pueblo vasco, pero también existe la otra cara de la moneda.
Aparte de esa fragmentación de la Historia que denunciaba
Fernando García de Cortázar, que los niños lo saben todo de
su propia autonomía pero desconocen la común de estos Reinos,
en el fervor democrático les están presentando a los escolares
una visión de España que a las pobres criaturas les hacen
creer que todo empezó en 1978. Que la TV se inventó en 1978,
que hasta 1978 no hubo aviones, que en 1978 llegó a España la
luz eléctrica y el agua corriente.
Este fervor constitucionalista,
tan en la línea del "trágala", me recuerda, pero con
el signo contrario, las glorias imperiales de "El florido
pensil". Entre los mejores trabajos de ese concurso, un
joven redactor dice: "Antes de la Constitución los
españoles no tenían derecho a casi nada, no se respetaban los
derechos de la propiedad privada, no había Seguridad Social, no
existían los derechos de los trabajadores y no había un
salario mínimo establecido". Otra criatura, con el cerebro
lavado por esta nueva y progresista Formación del Espíritu
Nacional, escribe: "La Constitución ha sido un gran cambio
positivo para muchos españoles, puesto que antes, por ejemplo,
si una persona se rompía una pierna y no podía trabajar,
dejaba de cobrar e incluso la echaban y contrataban a
otro". Creo que nos estamos pasando. Una cosa es que la
Constitución de 1812 dijera que los españoles hemos de ser
justos y benéficos por cojones y otra que en las "ikastolas"
castellanoparlantes (que las hay) les estén enseñando a
nuestros niños que si no fuese por la Constitución de 1978 es
que, vamos, ni el sol salía todos los días en esta bendita
España de la libertades.
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