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El Recuadro   

 Antonio Burgos
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El Mundo de Andalucía,  martes 23 de diciembre del 2003

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ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Buganvilla para un Príncipe

Llevaba en su apellido tantas consonantes y haches intercaladas que era imposible escribirlo sin faltas de ortografía. Para evitar problemas, Hohenlohe se pronunciaba en malagueño de Marbella como El Príncipe Alfonso. Que era como el nombre antiguo del barco de guerra de un grabado en casa de un anticuario de Río Real. El Príncipe Alfonso era como un húsar de paisano. Completamente austrohúngaro. Remotamente centroeuropeo. Su estampa pedía caballos, landós, espejos dorados, salones, escaleras de mármol, castillos a la orilla del Rhin y selvas negras, como los ojos de una de las siete u ocho mil mujeres que amó con intensidad.

Lo conocí en Marbella, cuando Marbella era Marbella. Marbella Club. Así se llamaba su hotel, con sus heráldicos leones campeando en las inmensas sábanas de baño con grifería de plata. Con las esculturas románticas perdidas por los campos de césped. Con sus buganvillas. Estaba la otra tarde en Marbella, cuando morían el sol del invierno y el Príncipe Alfonso, pero las buganvillas no me dieron la noticia para que saboreara, como él, los lentos, elegantes, apasionantes atardeceres, cuando la luz se pone detrás de la Sierra Blanca. Siempre asocié a Alfonso con sus buganvillas de las blancas tapias de las casitas del Marbella Club. Un día le elogié la singularidad de sus colores: el ladrillo tostado, el fucsia cardenalicio, el amarillo vuelta de capote. Me lo contó en el bar del Don Pepe, cuando el Don Pepe era aún el Don Pepe, sin talonarios de Bancotel ni asesinatos del proyecto de Eleuterio Población a manos del yerno arquitecto de Escarré. Hohenlohe me reveló el secreto de sus buganvillas de Marbella. Las había traído de Kenia. Un hombre que viene de Kenia con las buganvillas puestas, pensando en hacer más hermoso y refinado un trozo de nuestra tierra andaluza no es un promotor turístico o inmobiliario, no es un hotelero. Es un poeta. Alfonso de Hohenlohe escribió un poema, no sé si en alemán o en inglés, para que se entendiera en todo el mundo, y le puso de nombre Marbella. No inventó Marbella como se ha dicho. Levantó de la nada la mitología de un poema. Un poema con buganvillas, con sillones de teca en los jardines de césped, con blancos toldos sobre piscinas de turquesas. Como buen poeta, le leyó sus versos a los amigos de Alemania, de Estados Unidos, de Inglaterra. Así fue que todos vinieron a vivir la delectación de la belleza. Hasta al microclima de Sierra Blanca le dio Alfonso poesía. No he oído a ningún meteorólogo hablar del clima de un lugar con el apasionamiento con que Hohenlohe te hablaba de las excelencias del invierno al pie de Sierra Blanca, de los vientos de la mar en el verano, de cómo en aquella maravilla florecían todo el año sus buganvillas.

Estaban en Marbella la otra tarde muriendo al mismo tiempo el sol de la Costa y Alfonso de Hohenlohe. Contemplaba el portento inmenso de La Cañada y al tiempo que me maravillaba, miraba al fondo la mar malagueña para convencerme de que no estaba en Los Angeles ni en Miami, sino en Andalucía. Iba luego por la Nacional 342 y ante tantos hoteles de todas las estrellas, tantos restaurantes, tantas tiendas de decoración, tantas exquisiteces insólitas, creía que transitaba por el Strip de Las Vegas o por Vía Monte Napoleone de Milán. Marbella fue como aquel Tánger literario de Paul Bowles del que vino directamente Pepito Carlenton para abrir El Cenador. Dicen que esta Marbella ya no es Marbella, que ha pasado de la jet a Viajes Halcón, de Gunilla a la Pantoja, de Jaime de Mora a Dinio, del bridge de Omar Shariff a los autobuses del Imserso, de las suites del Marbella Club al apartotel con desayuno incluido. Quienes tal dicen es que no han hablado con las buganvillas. Hoy corto una buganvilla y en su color leo en su memoria el poema que escribió Alfonso. Le puso de nombre Marbella.

Sobre Alfonso de Hohenlohe y Marbella, en El Recuadro:

Ole, ole, Hohenlohe

Alfonso de Hohenlohe, o Sanlúcar vs. Marbella

Rodrigo Bocanegra, el arcipreste del bikini

Don Pepe Meliá en el Meliá Don Pepe


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