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                Primero 
                fueron las
                
                rotondas o glorietas. Ahora, los badenes. Las calles y 
                carreteras de España se están llenando de badenes como antes de 
                rotondas para la circulación. Los pueblos miden su importancia 
                por la cantidad de rotondas que sus alcaldes colocan en las 
                carreteras de acceso. Hay hoteles de cuatro estrellas y de cinco 
                estrellas y hay pueblos de siete rotondas y de ocho rotondas. 
                Cuando el atentado de las Torres Gemelas y el derribo de sus 
                restos en la Zona Cero, vi en un periódico local, me perece que 
                de Huelva, el dibujo de un humorista que ponía allí a dos 
                lugareños que decían: -- Qué pedazo de 
                rotonda hacía aquí nuestro alcalde... 
                Los ocho años de contención del gasto público 
                desde el Gobierno no han impedido que se dispare la 
                proliferación innecesaria de rotondas. ¿De qué sirve que con las 
                autopistas lleguemos a la altura del pueblo en un plis, plas, si 
                luego perdemos media hora en las dichosas rotondas y glorietas 
                para llegar hasta el centro? Y por si fueran poco fastidio 
                rotondas y glorietas, ahora vienen los badenes. No hay alcalde 
                que no haya llenado de badenes las calles de su pueblo. No sólo 
                donde hay salidas de escuelas o cruces peligrosos. En todas 
                partes. El furor de los alcaldes por los badenes solamente es 
                comparable al ardor badenero de los dueños de las urbanizaciones 
                privadas. Estuve el otro día en Sotogrande y me extrañó que 
                entre las atracciones de la Costa del Sol, como el Tivoli Park, 
                no figuren los badenes de sus calles. Badenes monumentales, 
                aprendices de cordilleras, que aguardan al acecho los 
                amortiguadores, que te hacen saltar en el coche como en un 
                tiovivo. El sentido de la propiedad no solamente se afirma en 
                cancelas y rejas electrificadas, en vallas y en casetas de 
                control con guardia dentro: los dueños de las urbanizaciones 
                ponen badenes para decir que la Dirección General de Tráfico 
                mandará en España, pero que allí mandan ellos. 
                Un conductor ha demandado al Ayuntamiento de 
                Majahadonda porque un dichoso badén le hizo pegar tal 
                tantarantán con el coche que le descacharrò el aire 
                acondicionado. Ha reclamado al Tribunal Superior de Justicia de 
                Madrid que le paguen los daños y le han denegado la 
                indemnización que pedía por el badenazo que pegaron los bajos de 
                su coche, Pero ha dicho el tribunal que "no pueden instalarse en 
                la vía pública obstáculos que generen daños en vehículos, siendo 
                notorio que aún circulando a 20 kilómetros por hora es 
                susceptible de generar daños en el sistema de amortiguación de 
                los vehículos". Estoy por pensar que la fiebre de los badenes 
                está patrocinada por los fabricantes de amortiguadores. 
                
                
                
                Sobre este tema de 
                glorietas y rotondas, en El Recuadro, 
                "A Marichalar, sobre el chulo de 
                glorieta" 
                
                
                
                
                
                
                
                 
                
                 
                    
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