El Mundo de
Andalucía, viernes 24 de abril de 1998
El
padre de María Rosa
Urbano Orad,artillero leal a la República, padre de la
bailarina María Rosa, mandaba la baterìa que bombardeó el Cuartel de la Montaña de
Madrid en julio de 1936
Como recordó Gómez Marín cuando resonó,
impresionante, su poema en la voz grabada de Alberto Jiménez Becerril, Juan Sierra sigue
siendo para muchos el padre de Quino el futbolista. Para otros, Olivencia es el suegro de
Javier Arenas el ministro, o aquello terrible que he recordado muchas veces de don Vicente
Romero, el coronel médico del Aire, cuando le pregunté un día cómo estaba y me dijo,
con tristeza: "Ya ves, aquí estoy, de suegro de Felipe González". Antonio
Falcón me dice que yo llegaré a ser un día conocido como el padre del arquitecto
Fernando Burgos. A sus 41 años, objeto de todas nuestras esperas y complacencias,
heredero de la fe sin límites de los curristas, el matador de toros Pepe Luis Vázquez
Silva sigue siendo en Sevilla El Niño de Pepe Luis. Para muchos aviadores, el actual
capitán general del Aire, con todo su mando en Tablada y en los anchos cielos del
Estrecho, del Mediterráneo y del Atlántico, es El Niño de Gallarza. Como para los
divisionarios del Volchov, ¿verdad, Enrique de la Vega Viguera, el capitán general de la
plaza de España sigue siendo El Niño de Muñoz Grandes.
Hago todo este exordio porque
hoy la Diputación recuerda a un sevillano cabal, a un socialista histórico, a un militar
ilustre de la II República Española, a un maestro de la enseñanza privada, que siendo
todo lo que fue, y algunas cosas más, en la reolina de la memoria de la ciudad ha quedado
como el padre de María Rosa la bailarina. Estoy hablando de don Urbano Orad de la Torre,
si, el de la Academia Orad, aquella donde lograron, por fin, aprobar Matemáticas los
cateados de media provincia, en la que preparaban divinamente para el ingreso en aquella
ingeniería que entonces tenía Escuelas Especiales, y tan especiales. Estoy hablando
también del ilustre militar leal a la República, del artillero que emplazó su batería
frente al Cuartel de la Montaña en el Madrid de julio de 36. Del que, fiel a la bandera
que había jurado, no perdió el honor del uniforme ni en la derrota, sufriendo la
separación de un Ejército que no era el suyo, sino el de los rebeldes triunfadores,
sufriendo condena de unos tribunales cuya legitimidad no reconocía, a cárcel primero, y,
luego, a aquello que en la época se decía postergación, ay, qué crueldad de Sevilla
con los postergados.
Don Urbano Orad fue un gran
profesor de la enseñanza privada porque de alguna manera tenía aquel artillero que
buscarse la vida y sacar adelante a su familia en una Sevilla cruelmente adicta a Franco,
el compañero de armas que no dudó en quitarle las bombas del cuello de la guerrera y en
meterlo en la cárcel, que nos contaban en casa el cautiverio de aquellos militares
republicanos y era como una viñeta de mazmorras en un tebeo del Guerrero del Antifaz
o de Roberto Alcázar y Pedrín: "Franco los tenía en la cárcel con agua
hasta la rodilla..." Sevilla lo tuvo luego también, en libertad, con agua hasta las
rodillas, en la riada horrible del fervor de los vencedores. A pesar de ello, don Urbano
permaneció en su tierra. Se habla mucho del topiquillo de los que se fueron, ay, qué
fácil es coger puertaosario y decir el terrible poema de Luis Cernuda a sus paisanos,
ahí os quedáis con todos vuestros muertos. Más terrible fue la vida de estos
republicanos sevillanos que decidieron quedarse, porque Franco no podía quitarles
también el derecho a ver esta luz, a respirar este aire. Yo me acuerdo ahora de Casal el
de los Bolsos, compañero de celda en Ranilla de Arthur Koestler, y me acuerdo de Andrés
Martínez de León, y me acuerdo de don Urbano Orad. Don Diego Martínez Barrios estaba en
París, y don Ramón Carande le llevaba tortas de Inés Rosales. Don Urbano, como tantos
sevillanos republicanos, como tu padre, Enrique Rodríguez Luque, tuvo que comerse aquí
las amargas tortas de la cuesta de Castilleja de la derrota. A Don Urbano le salió una
niña bailarina. Gracias a lo cual, si bien antes María Rosa era la hija de don Urbano
Orad, ahora don Urbano Orad iba a quedar como el padre de María Rosa. Menos mal que la
Diputación ha puesto las cosas en su sitio, devolviéndo la exacta memoria civil a un
gran militar.