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Fue
Zarrías a Ecuador a hablar con el maestro artesano que hacía
los trompos y desde aquí le enviamos un ole, y le dijimos que
ojalá hubiera comprado una buena partida de ellos con destino a
la Consejería de Educación, a fin de que los distribuyera
entre las escuelas andaluzas para que no se pierdan los juegos
infantiles tradicionales. Si es así, el señor Zarrías debe ir
ahora urgentemente a Antequera. La ciudad del Torcal y de la
Hojiblanca es además la capital andaluza del trompo.
Artesanías ecuatorianas al margen, en ningún sitio hemos visto
que se haya valorado tanto el trompo como en Antequera. A raíz
de nuestro "Elogio
del trompo", nos llamó el arquitecto Sebastián del
Pino, autor de dos importantes restauraciones en Antequera: el
edificio del Pósito, rehabilitado para archivo municipal, y el
trompo infantil, rehabilitado gracias a su tarea de rescate para
archivo vivo de los juegos infantiles que se van perdiendo.
Al modo de los folcloristas de
la Institución Libre de Enseñanza, como el Demófilo
machadiano y el guadalcanalense Micrófilo, los tromperos
antequeranos ha recopilado no sólo la sabiduría popular en la
Ludoteca del Trompo, sino que han todos los juegos infantiles en
trance de desaparición, con las letras de las hermosas
canciones de rueda que cantaban las niñas, con los acertijos,
los romances, los trabalenguas, con todo ese mundo perdido y
entregado en el ara anuladora y globalizada de la consola de los
videojuegos. El libro "Antequera: aquellos juegos
infantiles", de Juan Benítez Sánchez y Juan Alcaide de la
Vega (Ediciones de la Fundación Municipal de Cultura, 2003) es
un auténtico tesoro rescatado en la sistemática catalogación
y descripción de los entretenimientos de los niños.
Todo empezó en junio de 1996,
cuando en el Paseo Real de Antequera se celebró el I Campeonato
Abierto de Trompos. En la convocatoria, ya daban las primeras
teóricas del trompo. Se supo, así, que en el Museo Británico
se conserva el trompo más antiguo del mundo, de la Tebas del
antiguo Egipto y fechado en el 1250 antes de Cristo. A Platón
le servía como metáfora del movimiento. Aristófanes era tela
de aficionado al trompo. Y en aquel Campeonato en que empezaron
a ser conocidas las grandezas de la que también llaman peón,
peonza, trompa o cinguilla se pudo saber la descripción
científica de sus partes, más o menos como Estrabón
describiendo las tierras conocidas: el caparulo o pirulo, la
panza o barriga, la púa o clavo.
Más tarde, en la antequerana
capital de este juego universal e histórico, hasta una
exposición ha habido, celebrada en noviembre de 2002, de los
más granados ejemplares de ellos que reunir pudieron los
esforzados ludógrafos. Y sus defensores nos evocaron todo un
mundo perdido: por ejemplo, cómo a la cuerda que se necesita
para bailarlos se le ponía al final una moneda de agujerito,
aquellos dos reales de la memoria, a fin de que, sujetándola
entre los dedos con este tope, se le pudiera mandar más fuerza
al lanzarlo para hacerlo bailar. Y la propia técnica de
enrollar la cabuya desde la punta de la púa hasta la cabeza del
trompo es refinamiento que los maestros antequeranos del arte de
la trompería explican en su cátedra de la Fundación Municipal
de Cultura. Hasta el punto que en la plaza del Ayuntamiento de
Ronda han hallado un azulejo que pone: "Piedra donde se
afilaban los trompos allá por los años 20".
Loor, pues, al trompo, que
tiene su capital en Antequera. Ya que Antequera no pudo ser,
como algunos quisieron, la capital de la autonomía andaluza,
que lo sea al menos del tesoro de nuestros perdidos juegos
infantiles y desde allí, como en una Covadonga pedagógica,
comience la reconquista de los territorios de la memoria
invadidos ahora por la gringada de las consolas de videojuegos.
Sobre el trompo, en El
RedCuadro:
Elogio
del trompo
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