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Chenoa
se hartó de firmar autógrafos. En los menús del almuerzo, en las
servilletas de papel de la cafetería. Y si Emilio Lledó, que
aunque es un sabio de la comisión de TVE nadie lo conoce, llega
a venir el jueves en el Ave de las 3, también se harta de firmar
autógrafos. Más de una hora de parón del Ave, en sendas
enigmáticas detenciones, da para mucho. A mí de momento me ha
dado para este artículo y para complacer la petición del público
viajero. Espero que Chenoa me firmará en este papel, para no
dejarme por embustero.
A las 15,00 nos montamos en Atocha en ese tren 0930 que debía
haber llegado a Sevilla a las 17,30 y me chocó el acento
argentino de la megafonía. A los catalanes les dan la bienvenida
en catalán y a los sevillanos, Carlos Gardel. Se puso aquello en
marcha, puntualidad de puerta de cuadrillas en Puerta de Atocha.
Repartieron en preferente los periódicos, las copitas de
bienvenida. Rutina de los móviles que nos han dado tantos
jornales ganados. Somnolencia de siesta del cordero antes de la
comida, cuyo menú reparten. Hasta que de pronto, ¡pum!, a las
15,40, aquello se para. La muerte iguala a los hombres y los
parones, a los trenes. El Ave se detiene en algún lugar de la
Mancha de cuyo nombre no puedo acordarme como el lentísimo
correo de Zafra se paraba en Hamapega. Chirrido de frenado
antiguo, de tren carreta, en la alta velocidad. Inmediatamente
piensas en lo que piensas, y más en vísperas del 11-S.
Sorprendentemente no cunde el pánico. Parece lo más normal que
el Ave se pare. Serenidad interesada. Si son más de cinco
minutos, hay mangazo. Devuelven el dinero. Pasan los minutos.
Las azafatas, la comida. Preguntan, bandeja en mano:
-¿Le sirvo el almuerzo?
-Sí, señorita, y puede que hasta la cena...
Almorzamos. Aquello, más parado que el futuro de Izar.
Tranquilos todos, Jordi, digo, Carlos Gardel. Más cuando el
tango del tongo anuncia que, debido a la demora, convida la casa
a billete. A las 16,05, por fin, se pone en marcha. Cumplo con
el rito sevillano de dejarse caer. Hasta que me despierta a las
lorquianas 5 en punto otro frenazo de correo de Zafra. Miro por
la ventanilla. Estamos en Sierra Morena. Otra vez parados,
apuntados al Inem del Ave. Ahora en un puente de breñas y
jarales. Más tranquilidad. Nadie piensa en la leña. La cafetería
se llena. Guasa. El humor, resistencia ante la adversidad. No
hay duda: somos sevillanos. Pregunto a unos empleados. Me
explican la anunciada «avería técnica»:
-Es un tren que llevamos delante, vacío, en doble composición.
Se ha roto la unión de los dos. Lo llevan a Sevilla para algo.
Para darnos por saco. ¿No lo pueden traer de otra forma? Pasan
los títulos finales de una película donde unos negros aleluyas
cantan y pegan saltos. Ahora deberíamos estar entrando en
Sevilla. Seguimos parados en la sierra, morena, dicen los
móviles. Son las 17,20. La megafonía hace una solemne
proclamación de lo obvio: «Debido a una avería técnica, el tren
se encuentra detenido». Ole. Por fin se pone en marcha. Chenoa
pasa de vuelta hacia Club, la mano cansada de firmar autógrafos.
Al poco llegamos a Córdoba. Han debido de largar el mochuelo de
cabeza, porque aquello tajela tela por la Vega. Llegamos a
Sevilla casi una hora tarde. Reparten en Santa Justa la papela
que explica cómo se trinca. Nadie protesta. Los viajeros del
Ave, como sevillanos, somos una dócil cofradía de silencio.
¿Habrá algo más sevillano y cofradiero que un parón? Parón de
Miércoles Santo, de madrugada de ruedas de calentitos. Así nos
va. Renfe, ayer, hasta lo negaba. Claro. Será que de estos
parones, como de los fuegos y de Astilleros, también tiene la
culpa Aznar.
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