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En
esta Sevilla que nunca sabe si mirar por el parabrisas para
festejar, novelera, lo que viene o si quincar por el retrovisor
para perpetuar, tradicional, lo que se fue, todo vuelve. Vuelve
Lerroux, vuelve el tranvía, vuelve la amenaza de riá, ahora
simplemente con matones, no con Tamarguillos chiquitos pero
ídem.
Vuelve Lerroux. Ayer pudieron ver retratado a Lerroux en la
quinta página del ABC, bajando del coche oficial para hacer el
paripé demagógico de subirse al tren de cercanías para inaugurar
en la Fibes el salón del suelo urbano ofrecido por los
ayuntamientos a los promotores. Salón que me recuerda a un
promotor inmobiliario que el otro día quería hacer lo de
siempre: comprar un olivar en un pueblo, pegarle la
recalificación y el pelotazo, mandar a tomar por saco los olivos
y construir una tira de casitas adobadas, Las Villas del Paraíso
del Aljarafe quería ponerle, original que es el tío. Y para
orientarse de cómo pajeaba el ayuntamiento, llamó a un amigo del
pueblo y le preguntó:
-Oye, el concejal de Urbanismo que tenéis ahí, ¿es incorrupto o
es normal?
Pero íbamos por Lerroux. Para ir a ese Jueves del suelo urbano,
Chaves cogió el miércoles el tren de cercanías al modo
ferroviario de don Alejandro Lerroux. Lerroux, para ir a los
mítines de los pueblos, cogía su pedazo de Primera en el tren. Y
cuando el tren se iba acercando al pueblo, hacía dos cosas:
primera, quitarse la corbata, como el primo de los Salinas que
presenta el telediario, otro que tal; y segunda, pasarse desde
Primera a un vagón de Tercera, para que al llegar los catetos
vieran que era lo más demócrata que se despacha. A este paripé
populista se le llamaba lerrouxismo. Que es lo que hizo Chaves,
lerrouxismo de cuatro jotas, yendo a la demagogia sin coches del
tren de cercanías a bordo del suyo oficial.
Lerroux vuelve con Chaves, y con Alfonso Guerra podía haber
vuelto el sentido común y el sentido de Estado a la reforma del
Estatuto Andaluz. No, no acabo de salir de Casa Morales ni tengo
una tajá como un piano si elogio a Guerra. Aunque lo han
desmentido, era precioso, equitativo y saludable lo que dijeron:
que el PP había pedido que Guerra estuviera en la comisión de
reforma del Estatuto. Reforma que, por cierto, oí comentar ayer
apasionadamente a las cajeras de Alcampo. Se decían unas a
otras:
-Vanessa, pues yo te digo a ti una cosa: Clavero tiene que estar
en la comisión de reforma del Estatuto...
No se habla de otra cosa en Sevilla (por aquí). Esa comisión del
Estatuto hubiera ganado muchísimo con Guerra, y aún estamos a
tiempo. Guerra será lo que quieran ustedes, y a mí me ha dado
muchos jornales ganados, pero le sobra lo que peligrosamente
falta a muchos de sus correligionarios: sentido de Estado y
sentimiento de España. Tiene las ideas clarísimas en materia de
unidad nacional, de firmeza ante los separatistas y en la lucha
contra el terrorismo. Por eso Rodríguez Ibarra, guerrista, no se
casa con nadie en estos asuntos. Cuando pase el tiempo y le
quitemos la componente emocional y sentimental al 28-F, veremos
a ver quién llevaba razón: si Escuredo con la huelga de hambre
de la Señorita Pepis o si Guerra con su sentido de Estado,
cuando pensaba que Andalucía no podía ser igual que Cataluña o
las Vascongadas, porque entonces los catalanes y los vascos
pedirían todavía más. El tiempo, ay, le está dando la razón a
Guerra. Nosotros, el 28-F, queríamos ser como catalanes y
vascos, cuando ellos querían entonces y siempre ser más que
nadie... y que nadie fuera como ellos. Guerra quería darles el
chupachú de los Estatutos históricos nada más que a ellos para
que, chupando, se callaran, siguieran siendo españoles y no
terminaran, como han acabado, pidiendo la independencia... con
la sangre de Cariñanos, de Alberto y de Ascen.
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