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José
Bono me inquieta. Unas veces, cuando defiende la idea de España
o un sistema de principios y valores, demuestra que haber sido
novicio de la Compañía de Jesús imprime carácter. Pero otras
disimula perfectamente su antiguo enganche a rancho en la
Compañía. Ahora le ha salido el antiamericanismo de moda. Ante
el desfile del Día Nacional, Bono ha dicho que no se puede estar
de rodillas ante los Estados Unidos. Que mejor estar ante
Francia con los pantalones bajados y ante Marruecos con el culo
en pompa mirando hacia la Meca, como nos han puesto, que a
portagayola ante la Casa Blanca. Se ve que hay una
descoordinación notable en el Gobierno. Magdalena Álvarez,
desoyendo a Bono, acaba de hacer algo completamente americano:
quitar del tabaco a los viajeros del Ave. Las inflexibles leyes
antitabaco son lo más americano que se despacha. ¿Habrá algo más
americano que la satanización del fumador, su conversión en
peligroso social? Con el grafismo del «I love NY» importamos de
Estados Unidos el círculo rojo con el cigarrillo inscrito dentro
y la barra de prohibido. Y la culpa la tienen ellos. Una vez que
en Nueva York me echaron en cara que fumase, le dije al tío:
-Pues mire usted: en Sevilla no fumábamos, hasta que vino aquí
con Colón uno de Triana, que los vio a ustedes que estaban con
el taparrabos y echando humo de unas hojas encendidas. Por culpa
de ustedes, el de Triana llevó a Sevilla el tabaco, porque
nosotros no fumábamos.
A los fumadores nos está pasando en España como en los Estados
Unidos que tanto odian estos señores. Pronto veremos a los
funcionarios echando el cigarrito de media mañana en el Andén de
la Plaza Nueva, porque dentro del Ayuntamiento no dejan fumar.
Los oficinistas del Sevilla Dos bajarán a fumar a la puñetera
calle, como los del Rockefeller Center. Y en el Ave nos
amenazarán con penas del infierno si encendemos un cigarrito en
el retrete, que es lo que se nos ha ocurrido a todos en cuanto
hemos visto la prohibición de Magdalena Alvarez: fumar en los
lavabos. Nos va a rejuvenecer bastante. Es lo que hacíamos en el
colegio, fumar en los lavabos para que no nos vieran los curas.
Como me imagino que Magdalena Alvarez ha tomado esa medida para
cuidar la salud de los viajeros del Ave, la animo a que no se
quede en la Ley Apagada del fumeque prohibido. Que ponga también
en el Ave la Ley Seca y, sobre todo, la Ley Sorda. La Ley Seca
es que si mi cigarro molesta al señor que tengo frente, más me
fastidia a mí ese pestazo a coñá que echa el tío, que desde que
salimos de Atocha se ha pegado cuatro lingotazos de Magno con
hielo. Si Magdalena Alvarez cuida nuestros pulmones, ¿por qué no
se preocupa de nuestros hígados? Hay quien en las dos horas y
media del Ave se coge una papa muy simpática. Y Magdalena no
dice nada. Y luego en el SAS pasa lo que pasa con las cirrosis
hepáticas.
En cuanto a la Ley Sorda, qué tranquilidad para nuestro sistema
nervioso si prohibiesen en el Ave los teléfonos móviles como el
tabaco. ¿Se imaginan ese vagón donde no sonara ni un solo
teléfono, y donde no tuviéramos que enterarnos a la fuerza si
Escalante ha devuelto la letra, si Jiménez recibió ya para el
tractor la pieza de Barcelona o si Lolita va a esperar a Pepe
donde siempre, mi amor? En los trenes de Suiza, perfectos como
sus relojes o su sistema referendario de decisiones de gobierno,
hay vagones para fumadores y vagones para no fumadores; y
además, vagones silenciosos, donde está prohibido el teléfono
móvil o hablar en voz alta. Eso sí que es respeto a todas las
minorías y desarrollo de la libertad en todas sus opciones. Al
paso que vamos, los fumadores tendremos que decir que somos
islamistas, para que encontremos ley que me ampare y puerta
donde llamar.
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