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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


No supieron morir de otra manera

En las solemnes ceremonias militares, como la de ayer, cuando se palpa el sentido de Reino, suele tributarse el homenaje del Toque de Oración en memoria de todos los que dieron la vida por España en todos los tiempos. Los guiones de las unidades se dirigen a paso lento al monolito en honor de los Caídos, ante el que se ofrenda una corona. Suena un repeluco en forma de canción. Es la adaptación militar que Tomás Asiaín hizo de «La muerte no es el final», plegaria fúnebre creada por Cesáreo Gabaraín cuando fue capellán del Colegio Chamberí de los Hermanos Maristas: «Cuando la pena nos alcanza/ del compañero perdido,/ cuando el adiós dolorido,/busca en la fe su esperanza...».

Antes de la emoción de «La muerte no es el final» y del nudo en la garganta del Toque de Oración, se lee solemnemente un soneto. Por mucho que he buscado, no he encontrado su autor. El soneto, ¿para qué vamos a engañarnos?, no vale literariamente un duro. Pero nos da el avío de la emoción, del recuerdo, de la memoria de los héroes. Es un soneto con versos cojos, supongo que mutilados en guerra por la Patria; y con alguna rima que no consta, que queda como en tierra de nadie, perdida entre las líneas del frente lírico del primer terceto.

Leyendo distintas versiones del soneto, sospecho que está más tocado que «Los Voluntarios», por las conveniencias de cada hora. El «por la Patria morir fue su destino», en una versión anterior fue «inmolarse por Dios fue su destino». En el último terceto, se perdió la riqueza poética de la gradación del «quisieron», «pudieron» y «supieron», y repite torpemente «quisieron». Aunque ramplón y mal medido, en el memorial por los caídos el soneto daba toda la emoción, cuando era recitado en esta versión: «Lo demandó el honor y obedecieron,/ lo requirió el deber y lo acataron./ Con su sangre la empresa rubricaron,/ con su esfuerzo la Patria redimieron./ Fueron grandes y fuertes, porque fueron/ fieles al juramento que empeñaron./ Por eso como valientes lucharon/ y como héroes murieron./ Por la patria morir fue su destino./ Querer a España, su pasión eterna./ Servir en los Ejércitos, su vocación y sino./ No quisieron servir a otra bandera,/ no quisieron andar otro camino, no supieron morir de otra manera».

A Bono el soneto le parecía carca. Y tocó generala lírica para arreglarlo y meterlo en el cajón de curas, cortándole los pitones. ¡Fuera banderas, fuera juramentos, muera la muerte! Los caídos no «redimieron» a la Patria: la «engrandecieron». Del «juramento que empeñaron», nada; nada de jurar bandera; en su lugar, descanso, «los ideales que abrazaron». Nada de «no quisieron servir a otra bandera», que las carga el diablo: «no pudieron servir con más grandeza».

-Oiga usted, pero «grandeza» no rima ni con «bandera» ni con «manera», ni con nada, y se carga la rima...

Da lo mismo. Quien manda, manda, y cartucho al cañón. Menos mal que no han sustituido (de momento) «La muerte no es el final» por las Sevillanas del Adiós, lo de algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Menos mal que al Toque de Oración todavía no le dicen Toque de Obituario, que todo se andará. El que manda a quienes tienen la disciplina como religión civil ha prohibido el «no supieron morir de otra manera», remate y síntesis del memorial soneto... y de la vida ofrecida por España. Aquí no se muere nadie sin permiso del señor ministro. Ya no es «morir de otra manera»; es «vivir de otra manera». Pero la luz del sol de todos, en la reconciliada memoria del veterano de la División Leclerc junto al ex combatiente de la División 250, seguía diciendo ayer en la Castellana que, aunque Bono no quiera reconocerlo, no supieron morir de otra manera por España y por sus libertades.


Sobre este tema, en El Recuadro, La muerte no es el final

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