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En
las solemnes ceremonias militares, como la de ayer, cuando se
palpa el sentido de Reino, suele tributarse el homenaje del
Toque de Oración en memoria de todos los que dieron la vida por
España en todos los tiempos. Los guiones de las unidades se
dirigen a paso lento al monolito en honor de los Caídos, ante el
que se ofrenda una corona. Suena un repeluco en forma de
canción. Es la adaptación militar que Tomás Asiaín hizo de «La
muerte no es el final», plegaria fúnebre creada por Cesáreo
Gabaraín cuando fue capellán del Colegio Chamberí de los
Hermanos Maristas: «Cuando la pena nos alcanza/ del compañero
perdido,/ cuando el adiós dolorido,/busca en la fe su
esperanza...».
Antes de la emoción de «La muerte no es el final» y del nudo en
la garganta del Toque de Oración, se lee solemnemente un soneto.
Por mucho que he buscado, no he encontrado su autor. El soneto,
¿para qué vamos a engañarnos?, no vale literariamente un duro.
Pero nos da el avío de la emoción, del recuerdo, de la memoria
de los héroes. Es un soneto con versos cojos, supongo que
mutilados en guerra por la Patria; y con alguna rima que no
consta, que queda como en tierra de nadie, perdida entre las
líneas del frente lírico del primer terceto.
Leyendo distintas versiones del soneto, sospecho que está más
tocado que «Los Voluntarios», por las conveniencias de cada
hora. El «por la Patria morir fue su destino», en una versión
anterior fue «inmolarse por Dios fue su destino». En el último
terceto, se perdió la riqueza poética de la gradación del
«quisieron», «pudieron» y «supieron», y repite torpemente
«quisieron». Aunque ramplón y mal medido, en el memorial por los
caídos el soneto daba toda la emoción, cuando era recitado en
esta versión: «Lo demandó el honor y obedecieron,/ lo requirió
el deber y lo acataron./ Con su sangre la empresa rubricaron,/
con su esfuerzo la Patria redimieron./ Fueron grandes y fuertes,
porque fueron/ fieles al juramento que empeñaron./ Por eso como
valientes lucharon/ y como héroes murieron./ Por la patria morir
fue su destino./ Querer a España, su pasión eterna./ Servir en
los Ejércitos, su vocación y sino./ No quisieron servir a otra
bandera,/ no quisieron andar otro camino, no supieron morir de
otra manera».
A Bono el soneto le parecía carca. Y tocó generala lírica para
arreglarlo y meterlo en el cajón de curas, cortándole los
pitones. ¡Fuera banderas, fuera juramentos, muera la muerte! Los
caídos no «redimieron» a la Patria: la «engrandecieron». Del
«juramento que empeñaron», nada; nada de jurar bandera; en su
lugar, descanso, «los ideales que abrazaron». Nada de «no
quisieron servir a otra bandera», que las carga el diablo: «no
pudieron servir con más grandeza».
-Oiga usted, pero «grandeza» no rima ni con «bandera» ni con
«manera», ni con nada, y se carga la rima...
Da lo mismo. Quien manda, manda, y cartucho al cañón. Menos mal
que no han sustituido (de momento) «La muerte no es el final»
por las Sevillanas del Adiós, lo de algo se muere en el alma
cuando un amigo se va. Menos mal que al Toque de Oración todavía
no le dicen Toque de Obituario, que todo se andará. El que manda
a quienes tienen la disciplina como religión civil ha prohibido
el «no supieron morir de otra manera», remate y síntesis del
memorial soneto... y de la vida ofrecida por España. Aquí no se
muere nadie sin permiso del señor ministro. Ya no es «morir de
otra manera»; es «vivir de otra manera». Pero la luz del sol de
todos, en la reconciliada memoria del veterano de la División
Leclerc junto al ex combatiente de la División 250, seguía
diciendo ayer en la Castellana que, aunque Bono no quiera
reconocerlo, no supieron morir de otra manera por España y por
sus libertades.
Sobre este tema, en El Recuadro,
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