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Cuando
en estos días de otoño de pelliza (a la que llaman parca, como a
la muerte, porque hace un frío de morirte) se pone el tío con la
mesa de campimplaya en los soportales del Cortinglés del Duque a
vender alhucema e incienso, en lo que un economista cursi
llamaría comercio turiferario al por menor, trasmina un olor que
da gloria. Y siempre dice alguien:
-Huele a incienso del Silencio...
En Sevilla el silencio huele. A incienso. Olor a incienso del
silencio, del Silencio Blanco de la perfección del palio de La
Amargura, quedaba ayer en la Punta de Starbuck.
-¿Dónde está esa Punta, usted?
La Punta de Starbuck es como hay que decirle ya a La Punta del
Diamante. Vamos a dejar el nomenclator de la nostalgia y a
llamar a las cosas por su nombre. Diamante no queda ninguno en
la esquina de Alemanes con Génova, alias Constitución, vulgo
Avenida. Es la Punta de Starbuck. El diamante, pero de muchos
quilates, fue el que pagó Starbuck por el local.
Y por esa esquina de la Punta de Starbuck iba ayer de mañana,
vaya biruji, cuando me di de cara con San Fernando. Muy bien
abrigado con su capa de armiño, salía el Santo Rey de tomar
café. Porque el hombre pasa tanto frío en su urna de la Capilla
Real que de vez en cuando sale a tomarse un cafelito que le
entone su incorrupto cuerpo. Estoy harto de verlo por el barrio.
Hasta comprando calentitos en el Postigo. Se los toma en La
Ibense, mientras charla con Gil Delgado. A San Fernando le
gusta, como buen sevillano, echarse una paraíta de charla con
los conocidos. Al encontrármelo, nunca sé si darle la cabezada,
como Rey, o hincar la rodilla, como Santo. Genuflexo, me tomó
del brazo, levantándome, y me dijo:
-Como otras ueces, sennor de Burgos, contar mis cuitas a
vuesarced quiero, ca es cronista en esta mi querida cibdad de
Seuilla.
-Mandad a este sevillano, Santa Majestad...
-Pues mando e ordeno que diga en las gazetas que grande es mi
real mosqueo e indignación, por la guassa que conmigo el Cabildo
se trae. Non el Mui Recabdador e Turístico Cabildo Catedral,
sino el Cabildo de los Caualleros Veinticuatro. Que ha suprimido
la mi fiesta, que celebrábase el día que me reuní cabe el
laurentino Sennor de todos los Poderes, el día treynta del mes
de maio. Tentado estoi de tomar el mi cauallo del monumento de
la Plaça, e irme con él a los campos de Tablada que Feria yaman,
e montar a la su grupa a una sancta triannera, ia a Santa Justa,
ia a Sancta Rufina, pues la mi fiesta quitaron para mayor
abrilenno caxondeo e solaz de los seuillanos. E quiero que diga,
sennor cronista, que io que fui Rei de Castiella, e de Toledo, e
de León, e de Galicia, e de Córdoba, e de Murcia, e de Xaén, a
ninguno de mis reynos quise como al de Seuilla, do dexé sembrada
la flor de todas las lenguas e de todas las relixiones, pues
sabrá vuesarced que siempre fui Rei políticamente correcto,
amigo e protector de mauritanos e de xudíos, que todos aquí
fizieron conmigo concordia e negozio. E diga a los sennores del
Cabildo que menos caxondeo en el día de hoi, fiesta del Sennor
San Clemente, cuando conquerí Seuilla e la gané a los moros. Que
más formalidat y menos caxondeo conmigo, que muncho sacar la mi
espada e mi pendón, e fazer fiesta con ellos, pero todo es de
oxaneta e falsía, ca mientras la mi espada e el mi pendón con
una mano sacan, con la otra quitan la mi fiesta. E si la mi
fiesta sobra, ha de sobrar de consuno tanta proscesión espadera
e pendonaria. Ca si non fuesse rei de concordia, la dicha espada
iba a blandir e correr con ella a gorraços a los dichos del
Cauildo, e metérsela a todos por do más pecado avíen, fasta
donde pone Toledo, como me la metieron a mí con la mi fiesta.
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