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Lo
que tenía que haber hecho Manuel Marín era dejarse de pompa y
circunstancia y celebrar el Día de la Constitución en el Estadio
Olímpico de Sevilla. Aquí le hubiera salido redondo. A Marín le
falló la grada incondicional de las minorías que dan al Gobierno
el apoyo necesario para que, entre otras cosas, él sea
presidente del Congreso. El Jugador Número 12 de la Constitución
son el PSOE y el PP, pero los primeros, más que por ganar la
ensaladera de otros veinticinco años de vigencia de su texto,
están por la ensalada de reformas, y a las propias palabras de
Marín me remito.
Contemplo el bosque de banderas de España en la final de la Copa
Davis desde una perspectiva histórica andaluza y me quedo
perplejo y pensativo. La Copa Davis, en verdad, se ganó el
sábado 4 de diciembre, cuando Carlos Mollà obtuvo el segundo
punto ante Mardy Fish. Las audiencias de TV lo confirman. Ese 4
de diciembre de 2004, Sevilla se llenó de banderas de España.
Banderas con el escudo constitucional, banderas con el escudo
apócrifo del toro de Osborne, la España de la Bahía de Cádiz.
Banderas en las bufandas, en los gorros, banderas pintadas en
las caras de la chavalería.
Este 4 de diciembre de banderas de España en Sevilla yo me
acordaba de otro 4 de diciembre, para algunos fecha histórica:
el 4 de diciembre de 1977. Tomo de la biblioteca un viejo número
monográfico de la revista «Primera Página», titulado «Andalucía
altiva». Evoco las manifestaciones multitudinarias de aquel día,
pidiendo la autonomía plena, lo que luego habría de ser la
rebelión del referéndum de un 28-F en que Andalucía, por
voluntad popular, quebró el modelo de las autonomías de primera
para Cataluña, Vascongadas y en todo caso Galicia y para las
restantes regiones, recuelos y sobras de segunda mesa. Como en
su lema Andalucía proclama que es «por sí, para España y la
Humanidad», aquel 4 de diciembre de 1977 nuestra tierra pidió
café-café, café sin recuelos, no achicoria, para sí, y, de paso,
para la Humanidad de todas las regiones de España. Aquel 4 de
diciembre comenzó la conocida historia del «café para todos» y
Manuel Clavero, ministro de las Regiones con Suárez, enchufó la
máquina para empezar a repartir solos y cortados hasta el último
confín patrio. (Terminado el servicio de desayunos en la España
de las Autonomías, hay quien asegura que la vieja máquina del
«café para todos» de Clavero fue reutilizada por Mienmano para
dar y cobrar sus famosos cafelitos en la Delegación del Gobierno
de Felipe González.)
En aquel 4 de diciembre de 1977 del que se ha olvidado hasta que
murió un malagueño, García Caparrós, por poner la bandera
andaluza en sede gubernamental, no había por toda Sevilla una
sola bandera de España en las calles recorridas por medio millón
de manifestantes. Sí, había una: en el balcón de Fuerza Nueva,
anidado de matones con porras y cadenas, la bandera del
pajarraco franquista. No era una bandera. Era un desafío a la
democracia. Veo ahora en esa revista la foto de otros balcones
colgados con la bandera de España. Un manifestante trepa hasta
ellos y las quita. Dice el pie de la foto: «Ante las
provocaciones, las banderas españolas van siendo arrojadas al
suelo al paso de la manifestación. Se corea: «Sólo queremos
banderas andaluzas»».
¿Qué ha pasado, de 1977 a 2004, con este flamear de banderas en
Sevilla, antes andaluzas, ahora españolas? Para defenderse ante
Cataluña y Vascongadas y no ser menos que nadie, los andaluces
levantaron la blanca y verde el 4-D de 1977. Desilusionados con
la autonomía que iba a ser la utópica panacea, el 4-D de 2004
han levantado la bandera de España. ¿Por la Copa David? ¿O de
nuevo por sí, contra los que quieren ser más que nadie, por este
España que no remedia ni la Humanidad?
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