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Los
políticos suelen estar muy pagados de sí, encantados de haberse
conocido. Van en sus audis blindados por el centro de la
calzada, muy ufanos.
-Como el rey de la carretera que cantaba su amigo Juanito
Valderrama...
Exacto. Ellos hacen el Código de la Circulación Política y se
creen, como en la copla, los amos del mundo que no se cambian
por nadie. Hasta que llega un día en que, de pronto, se dan
cuenta de que viven en una burbuja. Es cuando nosotros, los que
los votamos, nos percatamos de que los políticos viven en una
burbuja, ellos con ellos. En una falsa pompa de jabón que se
desinfla y desaparece cuando menos se piensa. Hay una burbuja
inmobiliaria de la que viven muchos, y hay también una burbuja
de la profesionalidad política, de la que viven también unos
cuantos. Unos cuantos miles.
En un abrir y cerrar de ojos, un buen día el pueblo, el pueblo
llano, el pueblo de los aguafuertes de Genovés o de Goya, harto
de carros y carretas de los que se creen el rey de la carretera,
desborda a los políticos. Los adelantan por la derecha y por la
izquierda, por arriba y por abajo y siempre por lo hondo. Así
ocurrió ayer en la comisión investigadora del 11-M. Ese 11-M que
se ha olvidado que fue una matanza, una masacre, donde hubo 192
muertos con nombres y apellidos, con novias y madres, con
esperanzas y proyectos. Lo que por componenda de los políticos
iba a ser un pasavolante a puerta cerrada terminó en puerta
grande. Puerta grande del dolor y de la entereza de la madre de
un muchacho muerto en las explosiones de los trenes, que se
llamaba Daniel Paz, como un símbolo. Una madre hablando severa y
serenamente nada más y nada menos que por boca de la verdad, de
la vida, en la cercanía de la muerte de un hijo.
Doña Pilar Manjón dejó a los políticos como suele el pueblo
cuando tiene un estallido de ira, de rabia, de verdad, de
justicia: con las patitas colgando y las caritas descolgadas.
Así ocurrió un 23 de febrero en toda España, cuando la
democracia fue proclamada por un pueblo entero. Así pasó en
Andalucía un 28 de febrero, cuando nos pisaron el callo de los
agravios y el pueblo dijo que bueno está lo bueno y ojito con la
niña. 23-F y 28-F fueron manifestaciones colectivas, los
políticos desbordados por la riá del pueblo. Ayer fue la sola
voz del dolor de una madre, que hizo de mármol la petición de
las tres palabras que quieren las víctimas de la masacre
terrorista: Verdad, Justicia, Reparación. Esas tres palabras me
recordaron otro trío verbal histórico, el de don Manuel Azaña en
plena guerra incivil: Paz, Piedad, Perdón. Ni la Verdad ni la
Justicia han interesado a los que con 192 muertes acuñaron una
moneda de cambio, hasta que llegó doña Pilar Manjón y puso su
propia ceca, para poner en circulación el doblón resellado del
dolor, de lo que se debe a esas víctimas. Que no es dinero. Dijo
una frase como cervantina, quijotesca: «El dinero ni abraza ni
consuela». Se consuelan abrazándose al dinero de sus sueldos y
dietas los políticos que hicieron de 192 muertes, de 192 vidas,
arma arrojadiza contra el adversario y moneda de cambio y de
cambalache. De vez en cuando, inconsolablemente, surge la
sorpresa del pueblo, que da un suspenso colectivo a sus
dirigentes. Ayer se lo dio, por boca del entero dolor de una
madre joven y enlutada, conmovedora en la verdad por su boca.
Quisieron darle un sartenazo a las víctimas, en una sesión a
puerta cerrada. Desconocían que el pueblo llano obra estos
prodigios. Que de vez en cuando, harto de coles, desborda a sus
políticos: 23-F, 28-F, 11-M. Buscaban el carpetazo y los
cencerros tapados de la puerta cerrada y se encontraron con una
puerta grande. La puerta grande del dolor de la verdad y de la
verdad de dolor.
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