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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Fábula con manzanilla y moreras

Esto érase que se eran una manzanilla y unas moreras. La manzanilla no era La Gitana, ni La Guita, sino la planta herbácea que se utiliza como digestivo. Y las moreras eran en efecto los árboles que dan moras. Moras, no magrebíes. De milagro. La dictadura de lo políticamente correcto aún no ha llegado a la flora. Todo se andará. La manzanilla y las moras de nuestra fábula son, pues, vegetales. La manzanilla es de una variedad que crece en las faldas de Sierra Nevada. Por Capileira la llaman manzanilla real. Es la Artemisia Granatensis, de la familia de la Matricaria Chamomilla o la Anthemis Nobilis que se usan para los escapularios de papel de la infusión de manzanilla en los bares.

La manzanilla de los montes de Granada les encanta a las cabras. Son las cabras con el estómago de rumiante más sano del mundo. Lo sabía de sobra Miguel, un pastor de Capileira que llevaba su rebaño a la sierra. Por esta propiedad medicinal de la manzanilla, solía arrancar unas matas para hacerse una infusión para el estómago estragado. Para qué lo hizo Miguel aquel día, vigente todo el peso de la ley de Medio Ambiente. Lo cogieron arrancando unas matas de manzanilla, le dijeron que aquello estaba prohibido. Que era una especie protegidísima que podían comer las cabras, porque forman parte del ecosistema, pero no los hombres. A los hombres, como es sabido, en materia de Medio Ambiente se les aplica el supremo principio ecologista: «Los hombres, que se joan, ¿son cabras o algo? ¿Son águilas o algo? ¡Todo por la patria del lince!». No, no se rían, porque al pastor Miguel lo detuvieron por arrancar 900 gramos de manzanilla, lo encerraron, lo procesaron. El fiscal le pidió dos años y tres meses de cárcel por un delito contra la flora y la fauna. Cogió una depresión de muerte el pobre Miguel. Este sí que era el Pobre Miguel, no el de Triana Pura. Hasta que se hizo justicia y lo absolvieron. Pero el sofocón y la depresión no se lo quitó nadie. Como se le quitaron para siempre las ganas de manzanilla. Ni la de Carlos Herrera.

Esto ocurrió en el 2001. Y en el 2004, no un pastor, sino un Ayuntamiento, el de Sevilla, ha cortado no unas ramitas de manzanilla, sino toda una hilera de árboles que se iban acercando al siglo, que ya nunca cumplirán. Era una fila de hermosísimas moreras que antes de 1929 habían sido plantadas en el Paseo de las Delicias, delante del Pabellón del Brasil de la Exposición Iberoamericana. Con las hojas de esas moreras podía comer toda la gusanera de Miami. Las moreras habían resistido a la Exposición, a la crisis económica y social que la siguió, a los distintos destinos del pabellón que proyectó el arquitecto brasileño Bernardes Vastos. Allí seguían las moreras cuando el pabellón fue cuartel de Sanidad Militar, o sede primitiva de la Escuela de Arquitectura, o central de la Policía Municipal. Hasta que vino, horror, la restauración en curso, y, ¡zas!, taladas que fueron todas las moreras, así como cuanta vegetación había delante del edificio. Pasen y vean: como la palma de la mano lo han dejado.

Y en la moraleja de esta fábula, alguien puede preguntar: si al pastor de Granada le pedían cárcel por arrancar unas matas de manzanilla, ¿cuántos siglos habrán de caerle al Ayuntamiento por cargarse un jardín enterito, otro? Pues nada. Le echarán la misma multa que a la Junta cuando taló el jardín de la Casa Sundhein para levantar el mármol de una Consejería: ninguna. Si usted tiene un campito por Cazalla y arranca una encina, una sola encina, usted va a la cárcel por delito ecológico. Hasta un satélite lo vigila. Pero si usted se dedica a talar los árboles de media Sevilla, el satélite mira para otro lado y no le pasa nada. Tenga en cuenta que ni usted ni el pastor son el Ayuntamiento de la Muy Taladora Ciudad de Sevilla.


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