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No
sabía yo que en Cádiz, hace exactamente 250 años, el día de
Todos los Santos de 1755, cuando el terremoto de Lisboa, hubo un
tsunami. Los gaditanos creíamos que aquello fue un maremoto.
Tengo mi teoría sobre El Maremoto por excelencia. Las olas de La
Caleta, que es plata quieta, picadas en su curiosidad por la
Habanera, quisieron darse una vueltecita por Cádiz para
comprobar si era verdad tanta belleza. La mar no se salió de
madre; salió a darse una vueltecita por la muralla real. Tiró
para Cádiz y entró por la calle de la Palma, para ver la fiesta
de Tosantos en la Plaza de la Libertad, anda que tiene feo el
nombre. Pero los viñeros sacaron el estandarte de la Virgen de
la Palma y las aguas se pararon. Por obra de la Virgen de la
Palma y de la gracia de Cádiz, encarnada en el cura al que
recuerda el rimado popular: «Hasta aquí llegó el agua, dijo el
cura de La Palma».
Nequaquam. Lo que dijo el cura de La Palma fue: «Sanani, hasta
aquí llegó el tsunami». Los maremotos han dejado de existir.
Como española, la cohesión de la lengua también está en peligro.
Tsunami para arriba y tsunami para abajo para el maremoto de un
sitio que en español era Ceilán y ahora, Sri Lanka. De tsunami
de Sri Lanka, nada: maremoto de Ceilán. En el DRAE, maremoto es
exactamente lo que ha ocurrido en aquellos países, el tragedión
que hemos visto llegar en los vídeos de los turistas: «Agitación
violenta de las aguas del mar a consecuencia de una sacudida del
fondo, que a veces se propaga hasta las costas dando lugar a
inundaciones». Olvidada palabra: maremoto. Con la mosca detrás
de la oreja, me he preguntado: ¿será tsunami una palabra
vascuence, y por eso hocicamos ante ella, como ante Ondarribia
por Fuenterrabía? No, es japonesa. Dicen que fue adoptada por
los sismólogos en 1963, y que viene de las voces japonesas «tsu»,
que significa puerto o bahía, y «nami», ola.
-Pues si es por japonés, usted, maremoto no puede sonar más a
nipón. Pruebe a decir «sayonara, maremoto»... ¡Sol Naciente
total!
No sé a qué hablar tanto del maremoto de Oriente, cuando aquí
tenemos en el Norte un tsunami importante. Tsunami, así, sonando
a vascuence, no maremoto. Nos amenaza el Tsunami Ibarreche. Para
que se forme este Tsunami Ibarreche han colaborado las fuerzas
infernales de unos asesinos que ya se han cargado en España a
mil criaturitas. La ola del tsunami está en el horizonte. Ojú,
la que viene por ahí... Más que el maremoto de Cádiz de 1755.
Como el de esos países tan desgraciados que hubieron de sufrir
el maremoto, y ahora, por si no tuvieran bastante, encima, la
visita de Moratinos y de Leire Pajín. Las desgracias nunca
vienen solas. Cuando se acercaba aquella ola asiática, los
turistas se quedaban quietos como pasmarotes viéndola llegar con
toda tranquilidad, sin darle importancia. Y, ¡pum!, la ola se
los llevó por delante. Como nadie aprende en cabeza ajena, aquí
estamos viendo llegar la destructora ola separatista del Tsunami
Ibarreche, y Zapatero y los que parecen estar de turistas en el
poder, como pasmarotes, están contemplándola tan tranquilos, sin
saber que cuando llegue nos llevará a todos por delante. Están
irresponsablemente confiados y tranquilos como los turistas
ahora difuntos que contemplaban la llegada del maremoto de
Indonesia. O quizás están en plan cura gaditano de La Palma y
quieren sacar el estandarte de la Constitución a la puerta del
Congreso de los Diputados para que se paren las aguas. «Hasta
aquí llegó el agua» lo pudo decir el cura de La Palma. Con las
aguas del Tsunami Ibarreche, cuando lleguen a la Carrera de San
Jerónimo lo único que podrá decir ZP, el confiado turista
pasmarote, es: «Glup, glup». Lo malo es que el hotel de lujo que
ese tsunami se va a llevar por delante se llama España y en él
estamos todos alojados.
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