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Tras
un acto de exaltación de la Constitución Europea puede sentirse
orgullo democrático o vergüenza ajena. Y con el acto de las
sillas vacías hemos sentido vergüenza ajena. Las sillas estaban
vacías porque los asistentes se habían metido debajo de las
mesas, avergonzaítos perdíos.
Podía haber leído el manifiesto Carmen Laffón, artista
internacionalmente reconocida, que defendía las libertades
cuando había que hacerlo: en la dictadura. Podía haberlo leído
la historiadora Enriqueta Vila, la primera mujer numeraria en la
Real Academia de Buenas Letras, americanista insigne, que
sirviendo a la democracia ha sido la mejor concejal de Cultura
en Sevilla. Podían haber leído el manifiesto María Esperanza
Sánchez, Juana de Aizpuru, María Galiana. Pero no. Lo leyó
Cristina Hoyos. Una bailaora, por aquello de la cuota.
-¿De la cuota femenina, no?
No, de la cuota de folclore que Sevilla, ay, Macarena, tiene que
pagar por todo. Y a propósito de ay, Macarena: ay, qué
vergüenza. Macarena. Terminado el acto, podía haber hablado para
las radios el catedrático de Ingeniería don José Domínguez
Abascal, flamante premio «Torres Quevedo» de investigación,
entregado en mano por el propio Rey. O, sin salir de los
asistentes al acto de las sillas vacías, podía haber hablado
para las radios el doctor José López Barneo, neurocirujano del
Hospital Virgen del Rocío. Hasta podían haber hablado Vittorio y
Luchino, si era por colleras. Pero no, hablaron Los del Río, en
el triste papel de folclore que España nos asigna. Con las
palabras de Los del Río, hemos sido una vez más pandereta de
España. Titulares: «Los folclóricos piden el «sí» en Sevilla».
No los investigadores, no los profesionales, no los empresarios,
no los poetas. No: los folclóricos. Los del Río dijeron:
«Apoyamos el «sí» a la Constitución porque si la apoyan los
políticos más importantes, nosotros por qué vamos a decir «no»,
si no la hemos leído. Y ellos saben más de estas cosas que
nosotros, digo yo, claro, y habrá que ponerse de acuerdo con la
mayoría y con los que sepan más, con los que hayan leído». Es
más o menos lo mismo que, como agradaores de la dictadura,
dijeron Los del Río cuando el referéndum de Franco en los XXV
Años de Paz. La vuelta más lamentable a la Sevilla del «Vivan
las caenas» que últimamente he visto. «Vivan las caenas» con un
color especial. Tras este cante chamullando, dieron el cante
propiamente dicho: «Europa tiene un color especial,/Europa sigue
teniendo su duende,/me sigue oliendo a azahar,/me gusta estar
con Clemente». Y luego, chistecitos con algo tan esencial como
el azahar. Los folclóricos, encima, suelen contar chistes para
redondear más nuestra triste imagen.
Admiro a Los del Río como grandes artistas, como creadores
inspiradísimos, como autores de éxitos mundiales que se han
traducido hasta al tagalo. Más de una vez les elogié que no se
les subiera el éxito a la cabeza y siguieran en Dos Hermanas,
junto a Isabel y Remedios, sus admirables e inteligentes
mujeres. Pero Los del Río están muy bien para lo suyo: para
encabezar listas de éxitos, para las galitas, las fiestecitas y
para ir al Rocío con Pepe Estévez. Colocarlos de intelectuales
orgánicos de la tostada y la pomada, y ponerlos como símbolo de
Sevilla ante la Constitución Europea es perpetuar una triste
imagen. Creíamos que era la pandereta de la dictadura, pero es
la pandereta de la democracia y será, ay, la pandereta de la
Constitución Europea. España y Europa nos quieren de palmeros,
de flamencos, de cocineros de paella, de camareros y Los del Río
han dado la imagen solicitada de agradaores profesionales de la
Unión Europea, de los políticos y de lo que haga falta. Como el
lema para el turismo que ha sacado este Gobierno tan de
izquierdas y que también es transfranquismo modelo Los del Río:
«Arena, sol, paella... Sonríe: ¡Estás en España!» (España...si
Ibarreche lo permite. Que parece que no lo va a permitir).
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