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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Casa Rubio cierra su abanico

Un abanico que se cierra es como un telón que cae al final de una función de teatro. Como los ojos de un ser amado, se han cerrado para siempre las varillas de un abanico. Llevaba pintados en su país los últimos ciento cincuenta años de la vida de Sevilla. Las grandes damas tenían en sus manos el abanico, cuyo lenguaje conocían con la filología del amor y el desengaño. Sevilla, gran dama, tenía ese abanico en sus manos. Tras él asomaba Sevilla sus ojos, en un escaparate de la calle Sierpes. Con sus ojos celados por ese abanico, Sevilla vio pasar las levitas de los cortesanos que vinieron con la Reina Isabelona a inaugurar el puente de Triana; los sombreros de copa de los conspiradores de la Septembrina; los cuellos duros de la Restauración; los rayadillos de la guerra de Cuba; las chaquetas blancas del 10 de agosto; las camisas azules del 18 de julio. Tras ese abanico de la calle Sierpes, Sevilla vio pasar esperanzas y tristezas, riadas y cofradías, reinados y revoluciones, exposiciones y guerras.

Era el abanico del escaparate de Casa Rubio. La había fundado en 1853 un antepasado de doña Isabel Sahagún, su última propietaria, con cuyo fallecimiento se nos va también una de las tiendas más antiguas de Sierpes. En los escaparates de Rubio se ha cerrado para siempre el abanico de Sevilla y lloran de pena las batas de cola de las muñequitas de Marín. En la baranda de sus balcones, como una premonición, estaban ya cerrados sus heráldicos paraguas de hierro. Sevilla pierde con Casa Rubio como dos de los cuatro elementos: el aire de los abanicos, el agua de los paraguas. Cernudiana calle del Aire de los abanicos, Callejón del Agua de los paraguas. Como nos queda la tierra ingrata para pisar certezas y el fuego de la memoria para recordar, ahora enciendo la radio de cretona. Pongo Radio Sevilla. Suena el anuncio. Rafael Santisteban dialoga con el coro de niños a la rueda, rueda:

-Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva...

-¡Pero si esto es el diluvio!

- Pues cómprese un paraguas en Casa de Rubio...

Me compro un paraguas en Casa de Rubio para aguantar el chaparrón de estos comercios tradicionales que se nos mueren, con los que nos vamos muriendo. En Sevilla se ha inventado un género periodístico único en el mundo: el obituario de la tienda tradicional, la necrológica del comercio histórico. Le pongo a Casa Rubio una esquela del modelo 5 porque antes leímos las mortuorias de Casa Marciano, de la Botica del Globo, de Los Tres Leones, de Los Tres Reyes, de Las Siete Puertas de la Europa, de la Casa de las Esencias, de Los Corales. Miro los balcones con el heráldico paraguas de hierro y evoco a don José Rubio Valero, que impulsó el negocio, que le encargó su reforma al pintor Maireles. A José Rubio le pintaban los países de los abanicos artistas como Hohenleiter, como Martínez de León. José Antonio Blázquez le pintaba toreros en los monederos de Ubrique. En aquella calle Sierpes, Pepe Rubio con sus paraguas, sus abanicos, sus recuerdos de Sevilla. Frente, un antiguo dependiente que se estableció por su cuenta, Angel Casal, con sus bolsos. Pepe Rubio no sabe que andando el tiempo su propia tienda será un recuerdo de Sevilla, la memoria de una Giralda de calamina con una luz por dentro. La juanramoniana luz con el tiempo dentro.

Se ha cerrado el varillaje del abanico de un trozo de Sevilla. Se ha echado el telón de un país pintado por Santiago Martínez. Ha cerrado Casa Rubio. Que Mercurio, dios del comercio sevillano, la tenga en su santa gloria. El coro de niños que Pepe Rubio hacía dialogar en la radio con Rafael Santisteban no ha callado. Ese coro, a la rueda, rueda, nos dice que en el cementerio de la memoria, Sevilla está levantando el panteón para enterrar a Casa Rubio. Son los tres abanicos de la portada de la Feria.




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