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Qué
raro, ayer no cortaron ningún árbol histórico...
-Es que era domingo, usted...
¡Claro! Porque a efectos de corta de troncos, Sevilla es
Vascongadas sin chapela. Coges una contrata de Parques y
Jardines, les pones a los tíos una boina así de grande, y son
mejores aizcolaris que los vascos. Ganan el concurso en
Mondragón. En Sevilla producimos más arroz que en Valencia y
cortamos más árboles que los aizcolaris de Beasain. Allí cortan
troncos simplemente por ser gordos, como el pescuezo de los
gachós. Pero aquí se cortan árboles históricos. El que menos
tiene cincuenta años. Los cortan simplemente por ser bellos. Los
ejecutan a hachazos antes del amanecer, sin juicio previo. Ante
el silencio de los ecologistas profesionales y de los verdes en
nómina. Tan callados, que parecen de la ONG «Belindas Sin
Fronteras». No abren la boca ante los mayores arboricidios.
Ojalá tuviéramos aquí una asociación como la gaditana Agaden,
con esa Purificación González de la Blanca que se sabe la
historia de los ficus del Mora y denuncia hasta las podas
criminales que perpetra Teófila Matagatos. No sé por qué el
Ayuntamiento pone a tantos arquitectos expertísimos en Urbanismo
y deja Parques y Jardines en manos de incompetentes y de
cuadrillas de la contrata de Aizcolaris del Sur S.L., con el
hacha al cinto. Es como si nombraran gerente de Urbanismo a
Pavón el derribista, que iba a dejar Sevilla como están dejando
las zonas verdes: como la palma de la mano.
... Y las tiendas que perdimos. Hay un catálogo de comercios
históricos al que le ha ocurrido como al libro «Arquitectura
Civil Sevillana», de Francisco Collantes de Terán Delorme y Luis
Gómez Estern, editado en 1976 por el Ayuntamiento. Cuando se
publicó esa obra, muchísimos edificios catalogados habían caído
bajo la piqueta, y ya venían con la «D» de destruidos. Ni les
cuento lo que se ha derribado de edificios catalogados de 1976 a
hoy. Ese libro es un documento único sobre la Sevilla que ya no
existe.
Con los comercios históricos pasó algo igual. En 1992, la
Consejería de Obras Públicas de la Junta editó un catálogo
primoroso: «La tienda tradicional sevillana», de Concha Rioja
López, Le ocurrió como a «Arquitectura Civil». Cuando salió, ya
muchas tiendas catalogadas estaban destruidas. Y desde 1992, han
cerrado cientos de ellas. El libro es ahora el triste censo de
las tiendas que perdimos. Entonamos el otro día el gorigori de
Casa Rubio y ayer, a pie de obra, los comerciantes de Sierpes No
Se Rinde evocaban las tiendas perdidas. Abro ese libro y faltan
sochantres para cantar gorigoris. Miren sólo en torno al
Salvador: Lorenzo Blanco, El Paraíso, la botica de Murillo, La
Casa de las Esencias. Por Francos suena el gorogori de Britaniz,
de Lanas Pareja, de Benítez, de Pascual Lázaro. Ronco te quedas
de gorigoris por Casa Marciano, por Casa Cobos en la Puerta de
la Carne, por Casa Manolo González en los caracoles de la calle
Santander. Miras los establecimientos que aún no hemos perdido y
cada vez son menos. Aún tenemos a Sastrería Galán, Casa Morales,
El Rinconcillo, Cordonería Alba, Papelería Ferrer, Joyería Ruiz,
la papelería de Oropesa, Casa Cuesta, Casa Salazar, la
ferretería de la Puerta Carmona, La Ciudad de Londres, Casa
Velasco, El 0´95, Trifón, La Alicantina, Maquedano, o Joyería
Reyes y el Bazar Victoria en Entrecárceles, uno junto al otro,
verdadero conjunto monumental comercial.
Sevillanos: compren en esos comercios, que las tarjetas de
crédito echen humo. Cojan la papa en esas tabernas. Tenemos el
deber cívico de ayudar como clientes a los establecimientos
históricos que resisten, a los comerciantes que en Sierpes No Se
Rinde aguantan el chaparrón del Sunami Inditex. Apoyemos con
nuestras compras a los comerciantes que los mantienen abiertos,
breados a impuestos y a inspecciones, sin la menor ayuda pública
y, encima, con Tetuán al lado.
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