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llegó a casa el primer picú, que había comprado en la Casa Ros
del Bulevar Pasteur de Tánger, mi padre me mandó a la calle
Sierpes para que le comprara en Damas un disco de marchas de
Semana Santa donde viniera "Soleá, dame la mano" de Font de
Anta. Para el alfayate del farol de cruz de guía del Señor,
aquella marcha era la memoria de la Semana Santa de su juventud.
Mi padre ponía la marcha, empezaba a sonar aquel quejío flamenco
de sus primeros compases, y me evocaba aquella Sevilla anterior
a la Exposición Iberoamericana:-- Si tú
vieras la revolución que se formó en Sevilla con esta marcha
cuando se estrenó... Era tan flamenca y le gustaba tanto a la
gente, que los muchachos íbamos detrás del paso, hasta que
entraba la cofradía, nada más que para escucharla una y otra
vez...
Y a mi padre le volvía a amanecer la juventud
en el celeste de sus ojos, con el recuerdo de un lejano Jueves
Santo que "Soleá, dame la mano" le hacía volver a vivir.
Comprendí perfectamente el rito de la emoción de su recuerdo y
lo justifiqué sobradamente cuando vi la película "Semana Santa",
producida por Juan Lebrón con dirección de Manuel Gutiérrez
Aragón y guión de Carlos Colón. Esa película sin más sonido que
la banda sonora de los silencios y los goznes de las puertas de
Sevilla es la "Soleá" de nuestra generación. Me traía el
recuerdo de una Semana Santa de la juventud, una soñada,
recoleta, fuera del tiempo, en la que no hubiera hecho estación
el paso de La Canina llevándose tantas cosas queridas con la
guadaña de sus hiedras sobre el corcho del monte. (Ese corcho
pelado de nacimiento en el que, antes de la moda de los montes
de claveles, moría en Sevilla un Jesús que había nacido Niño de
Belen en diciembre, entre los corchos de La Venera.)
A todos nos gustaría que la Semana Santa fuera
cada día como en la utopía de la belleza perfecta con que la
refleja Lebrón en ese deseo de hermosura que hizo película. Una
Semana Santa soñada, como la que cada uno puede imaginar, sin
mezcla de mal alguno de sus actuales degradaciones.
Por eso me conforta que Lebrón tenga esa idea
de colocar una gran pantalla de cine en El Laredo para proyectar
sus sueños hechos películas. Una pantalla como de cine de
verano, pero por lo digital. Le dará a la plaza un aire de Cine
Alfarería, de Avenida de Verano. ¿Habrá nevería? Una nevería
(selecta nevería, por supuesto) sobre las escalerillas del
Bancospaña, con sus sillones de mimbre y sus veladores. Para ver
sueños. Para soñar Sevillas y Andalucías. Es lo que hace Lebrón
en todas sus películas. Ha retratado Andalucía entera desde el
aire y el culebrón estético de Lebrón ha sacado las torres, las
cúpulas barrocas, las gaviotas de las playas, las cigüeñas en
las viejas chimeneas de la fábrica de la luz. Todo lo soñado.
Todo lo perfecto como soñado. Una Andalucía de cine. Nada
chirriante, nada discordante, nada zafio, soez, degradado, como
contemplamos cuando miramos alrededor. Sería precioso que en esa
pantalla del Laredo, a modo de ejemplo, se proyectara
continuamente la ciudad soñada, la Andalucía soñada.
Y ya que Lebrón quiere dar la Semana Santa en
directo desde esa pantalla, pues hasta podría tener una gran
utilidad para los capataces y costaleros que se reúnen en
congreso. Como son atletas del deporte sacro del levantamiento
de pasos, esa retransmisión de las cofradías en en directo
permitiría la repetición de la jugada. Pasa un palio por los
palcos, ¿no? Pues la pantalla da la repetición de la jugada. Y
se vuelve a ver en detalle esa levantá a pulso que dura dos
horas o tres. Pasa un barco, ¿no? Pues dan la repetición de la
jugada, y se puede apreciar desde el ángulo contrario el detalle
deportivo de la bicicleta, perdón, del izquierdo por delante.
Y así cada cual, Juan Lebrón, puede escoger el
que más le guste de tu hermosa fábrica de sueños sevillanos.