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Si
el otro día le pusimos un piso de la Prensa a Celestino
Fernández Ortiz, hoy le vamos a dar un Oscar a Antonio Colón. En
esta ciudad de los grandes gorogoris hay que reivindicar los
honores en vida. Sin médico ni hospital. A un sevillano que anda
maluscón le prodigan en estos días homenajes y medallas. Y
alguien que lo quiere y conoce a Sevilla, comentaba:
-Tanto homenaje me está dando a mí muy mala espina...
Por eso a Antonio Colón quiero darle este homenaje cuando tiene
la tarjeta del Seguro por estrenar y disfruta de todos los gozos
de la jubilación. Me acordé de Colón leyendo el libro de
semblanzas taurinas de Fernández Ortiz que ha reunido y editado
la Real Maestranza. Hay mucho magisterio, mucha ciencia, mucho
acierto perdido por las hemerotecas sevillanas y merecen ser
rescatados. Si la Maestranza reunió esos trabajos, ¿por qué una
de las setecientas mil fundaciones que hay no recopila en libro
los escritos sobre cine de Antonio Colón, sus críticas a pie de
estreno, sus reportajes sobre las tendencias mundiales del
séptimo arte? Valoraríamos así el gran crítico de cine que
tuvieron este ABC y esta ciudad hasta ayer por la mañana, como
diría su amigo Santiago Montoto. Sólo la ficha técnica de las
salas donde Colón vio esos estrenos sería una crónica
sentimental: Llorens, Pathé, Rialto, Coliseo, Imperial, Palacio
Central. Y la lectura de esos textos, breves, urgentes,
magistrales, nos revelaría que Antonio Colón ha sido el gran
escritor de cine en la Sevilla del siglo XX. En aquel cine de
los cuadros casi de los Hermanos Lumiere que vio Rafael Laffón
en la Sevilla del buen recuerdo y que los poetas de Mediodía
pusieron en el filo de la navaja de Buñuel de sus versos
ultraístas, Colón fue el cronista de la historia de una finca:
el latifundio de Hollywood. Ningún crítico con su visión, su
cultura, su modo de descubrir arte.
Antonio Colón Vallecillo. Sevillano medio gibraltareño y medio
tangerino. Redactor jefe de ABC. Poeta de juventud, con su
compadre el historiador Enrique Sánchez Pedrote. Colón es un
hijo sevillano de la II República. Su padre perteneció a aquella
Sevilla burguesa de Don Diego que en pocos meses pasó de la
ilusión tricolor al desengaño de ver arder el convento del Buen
Suceso. Antonio Colón es un muchacho de la Institución Libre de
Enseñanza. Un liberal que hizo Bachillerato en el desamortizado
Villasís, Instituto Escuela donde fue compañero de banca de
Solita Salinas, la hija de Pedro Salinas. Niño de la guerra,
vencido niño republicano en la Sevilla de Queipo, Colón quiso
ser periodista y en su tierra. Por sus antecedentes de libertad,
no pudo. No quiso hocicar como otros y ponerse la camisa azul.
Cogió el Rápido Algeciras y el transbordador «Virgen de África»
y se fue a vivir a la película «Casablanca». Quiero decir, a
Tánger. Allí se podía ser periodista sin camisa azul. En el
«España» de Tánger. Que eran los orteguianos recuelos de «El
Sol» en un territorio libre, como una «Revista de Occidente» en
edición diaria, con toros y con fútbol. Antonio Colón trabajó en
el «España» de Cerezales, de Zarraluqui, de Fernando Vela, el
que había sido secretario particular de Ortega y Gasset. De la
política internacional a los toros, ninguna materia le fue ajena
en aquella redacción, versión periodística del café de Rick.
De la que casi lo vi volver a Sevilla, lleno de ilusiones
profesionales que no del todo le dejaron cumplir. Lo tuve noches
y noches de redactor-jefe. De él aprendí dos asignaturas
fundamentales: libertad y Sevilla. Cuando le entregué la necro
de Bandarán que me había encargado, me dijo:
- Niño, ¿tú por qué no escribes más de Sevilla y te dejas de
tanta Andalucía?
Eso hago hoy, querido y viejo liberal: me dejo de tanta
Andalucía y te doy el Oscar del sueño de nuestra Sevilla,
gabardina de la Madrugada tras el palio de la Concepción. Sueño
que, como una muñeca rusa, te ha tenido como el mejor crítico de
la fábrica de sueños.
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