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EN
el corazón del centro de Sevilla hay una calle que de antiguo
se llamó Manteros y que en 1913 dedicaron a Polavieja, capitán
general de Andalucía. Manteros es como una tarjeta postal
viviente. Allí puede el viajero del Ave encontrar cuanto
entiende por el tópico de Sevilla. Calle de bares y veladores,
de tapeo, betuneros, loteras, reventas de toros, gitanas que
ofrecen ramitas de romero. Y para gozo de turistas, hasta
suele aparecer por allí un sevillano vestido de toreador, cual
creen los guiris que aquí vamos todos. Es Vidal, un ancianete
que dice que fue novillero. Un vivo cuadro de Solana: vestido
rosa de apagadas luces, mustio capote al brazo, acompañado por
un perro más murillesco que velazqueño. Vive el hombre de los
turistas que comprueban que el tópico es verdad, que los
andaluces vamos por la calle vestidos de toreadores. Vidal
pega la hebra con el turisterío y se deja querer y hacer una
foto con ellos, tras lo cual pide la tarifa máxima de su
dignidad y orgullo: la voluntad.
Manteros conserva mucho sabor antiguo. Parte del que tenía en
los años de estraperlo, cartillas de racionamiento, cupos de
importación, autarquía y cerco internacional. Cada bar era un
Café de Rick, una Casablanca interior. Paraban corredores,
estraperlistas, funcionarios corruptos de la Fiscalía de
Tasas, jerarcas al mejor postor. En Manteros y especialmente
en el café La Perlita, lo mismo podías comprar treinta sacos
de café que un haiga de importación, un cupo de cemento que la
voluntad de un comandante, un camión de vigas de hierro que un
virguito. Como un homenaje a la película de Howard Hawks, a
Manteros la llamaron «La ciudad sin ley».
Aquel tiempo, por lo visto, no ha pasado. Ahora hay otra
Ciudad sin Ley andaluza donde todas sus calles son como
Manteros en la España del estraperlo y la dictadura. Howard
Hawks localiza exteriores en Marbella. Donde una familia está
de fin de semana en un hotel y tras la balacera de unos
mafiosos vuelve a casa con un hijo en un ataúd blanco. Donde
toda corrupción tiene su asiento. Donde está la terminal de un
puente aéreo con todas las mafias. La ambición de los ninots
indultados del franquismo, léase el difunto Gil, propició
además lo que nadie ha denunciado: un colectivo crimen de lesa
estética, el asesinato de un paisaje. En Irak no había armas
de destrucción masiva, pero Marbella sufrió la destrucción de
las armas de construcción masiva.
¿Dónde está Marbella? ¿En Andalucía? Tengo que mirar bien el
mapa. ¿Estaré equivocado? ¿No será Marbella una de las islas
Caimán? De la Junta de Andalucía, desde luego que no depende,
a juzgar por lo que ha dicho Chaves. En caso de que esté en
Andalucía, debe de ser un territorio exento, con
extraterritorialidad, como antaño los estados de la Orden de
San Juan de Acre. De otra manera no me explico que en esta
Andalucía que él ha dejado para un blanqueo, con obreros
subsidiados y paniaguados empresarios subvencionados, donde
todo lo domina y controla la tela de araña del régimen que ha
creado, Chaves haya dicho: «El urbanismo descontrolado ha
propiciado, al correr el dinero fácilmente y al facilitar el
blanqueo de dinero, que esos grupos mafiosos hayan acudido a
la Costa del Sol». ¿Pero no tiene la Junta todas las
competencias en materia de Urbanismo, y hasta una Policía
Autónoma para hacerlas cumplir? Por lo visto, no. Chaves ha
dicho que a él, que lo registren. No tiene responsabilidad
alguna. Como la historia de Ignacio Espeleta en el apagón del
barco: «Mi capitán, la avería del barco no es, es de la
Sevillana». Lo de Marbella, igual: de Chaves no es; es de
Urbanismo. Como la calle Manteros cuando el estraperlo,
Marbella es la ciudad sin ley. Hasta para los que tienen
transferidas todas las competencias de Urbanismo.
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