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Si
fugaz es el tiempo, más su Vencedora: una Esperanza que está
junto a un Arco, frente a unas huertas que tomaron el nombre
de un romano, un tal Macario, que debió de ser el primer armao.
Era un veterano de la Legio Septima Gemina, que como le quedó
una buena paga y era tan listo que sabía hasta latín, decidió
venirse a Híspalis de jubilado inglés. Se compró aquí una
huertecita porque el hombre era de campo. Allí vivía
tranquilito con sus tomates, sus lechugas, sus gallinitas, sus
conejos. Macario fue el primer guiri encantado con Sevilla. Y
tan buenas lechugas y tomates criaba en su huerta, que un
compadre con el que había hecho muy buenas migas le dijo:
-Macario, hijo, ¿tú por qué no llevas estas lechugas tan
buenas a la plaza de la Feria, que te las quitarán de las
manos?
Cogió Macario y se fue con sus lechugas a la Feria, donde su
compadre le presentó al Pelao, que tenía un puesto de frutas.
Y este Pelao, al que llamaban así porque un día se había
cortado los tufos de repente, le dijo:
-Macario, hijo, ya que estás aquí con estas lechugas tan
buenas de tu huerta y ya que eres un verdadero soldado romano,
¿por qué no nos juntamos unos cuantos y fundamos la Centuria?
De lo que ocurrió luego, ya lo saben. Una vez fundada la
Centuria, para no dejar en mal lugar a Macario, Julio César en
persona vino a encargar las murallas a un amiguete de su
partido que les daba unas comisiones tela del telón, Distrito
Macarena total. Y levantó también el Arco, y el puesto de
calentitos de la calle Andueza. Y a toda aquella parte de las
huertas empezaron a llamarla «Macariusena», por Macario y las
facturas de la muralla. Guasa. Y ya que estaban las murallas,
el Arco y la Centuria, Dios, que no le quitaba ojo a Sevilla,
a pesar de que aquí eran partidarios de Zeus, que era el de la
competencia, dijo un día:
-Me parece que mi Creación no está bien arramatá, que le falta
una buena media verónica. Así que voy a mandar a mi Madre ahí
donde está la Huerta Macario...
Y así fue cómo, en el Ave de los cielos, llegó la Esperanza a
Sevilla. Donde le pusieron de mote Macarena, por lo de
Macario, y hasta oficialmente en 1964. Guasa. De cómo llegó,
tenemos todos los años un vivo retrato. Lo he vuelto a ver
antier. Todas las semanas de Pasión, la Esperanza vuelve a
llegar por vez primera a la Huerta Macario. La colocan pura,
vestida de inocencia, sola, en su paso. Como en el soneto de
Cervantes, vive Dios, que me espanta esta Belleza. Perfecta.
¿Saben lo que les digo? Que cuando la Esperanza está acabadita
de colocar en su paso, sola, con esa cara de recién llegada,
hay que cantarle la saeta de Juan Ramón: «No la toques ya más,
que así es la Rosa».
Aseguran los expertos que ese palio es el más completo de toda
la Semana Santa. ¿De verdad? Mírenlo en su museo durante el
año, sin la Esperanza. Se ve entonces que, contra la opinión
general, es el más incompleto de toda la Semana Santa: le
falta la Esperanza. Así como está cada año unas horas, puesta
únicamente Ella en su palio, sin cera, sin flores, ni falta
que le hace, Esperanza sola llenando el rompimiento de gloria;
aunque saliera así a la calle, sin flores, sin cera, sin plata
y sin bordados, sin música y sin saetas, sin llantos antiguos
desde los zanjuanes de los Callejones y sin rezos de hombres
en el silencio verde del terciopelo de un viejo antifaz, Ella
a cuerpo, seguiría siendo el paso más completo de toda la
Semana Santa. La luz de la cera, el olor de las flores, el
tintineo de las mariquillas, todo está en su Sonrisa. Esos
adornos, aun llenos de gracia, son simples pretextos para
rendirse ante su belleza perfecta de Madre de Dios. Macarena
sola. Esperanza nuestra.
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