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Con
las contradicciones de Sevilla podría escribirse otra
Biblioteca Colombina. Tenemos una avenida de Kansas City y nos
hermanamos con Kansas City. Pero no hay avenida de Escocia ni
hermanamiento con ciudad escocesa alguna. Siendo Escocia mucho
más importante que Kansas. Por dos señas de identidad de
nuestras fiestas: el bacalao y el güisqui. Escocia nos manda
bacalao para la Semana Santa y güisqui para la Feria. Nos
mandaba a la Feria todos los años a Pepe el Escocés, que era
como ahora Gary Bedell, pero con falda en lugar de costal de
Los Javieres. Existe la cofradía de los guiris, la Real
Maestranza de los guiris. Cofradía y maestranza que tienen
ahora como hermano mayor y teniente de hermano mayor a Gary el
Guiri, un Gary simbólico de todos los guiris, Mateo Alemán que
ha escrito el libro de reglas de la cofradía de los guiris. Si
estuviera aquí El Pali, ya le habría sacado unas sevillanas a
Gary el Guiri, como se las cantó a Pepe el Escocés.
Escocia nos manda el bacalao, importantísimo para la Semana
Santa. Escocia no tiene consulado en Sevilla, pero sí cónsul.
El cónsul de Escocia en Sevilla es Manolo Barea. Su casa es
como la representación de las hermandades en el Santontierro:
un bacalao tras otro; si uno es bueno, el otro es mejor; venga
bacalaos. Sin Escocia y sin Manolo Barea no podíamos cumplir
los ritos cuaresmales del bacalati con tomati, las tortillitas
de bacalao, los pavías de bacalao, los garbanzos con bacalao,
el arroz con bacalao, las papas con bacalao. Las hermandades
no podrían acudir a los sitios con su insignia corporativa,
porque no habría bacalao. El bacalao es tan consustancial a
Sevilla que ha pasado a formar parte del callejero más
importante: el callejero real, el de la memoria, el del habla
cotidiana. El bacalao tiene su calle en Sevilla, mejor que en
el nomenclator oficial: en el uso cotidiano.
-¿Cuál es esa calle?
¿Cuál va a ser? La Cuesta del Bacalao. Se escribe Argote de
Molina, pero se pronuncia Cuesta del Bacalao. Bacalao que
Sevilla eleva al olimpo de una de sus dos únicas cuestas. En
la ciudad plana como una mano abierta (Pedro Salinas) no hay
más que dos cuestas:-
-Julio Cuesta el de la Cruz del Campo y la Cuesta de
Castilleja...
No: la Cuesta del Rosario y la Cuesta del Bacalao. El Bacalao
está a la misma altura que el santo rosario porque también es
de carácter litúrgico, penitencial. En la televisión local
daban en directo las cofradías subiendo esa calle y el rótulo
lo decía en un sevillano perfecto: «Cuesta del Bacalao». Los
azulejos de la esquina ponían «Argote de Molina», en honor de
quien se llamaba como Albendea en la crítica taurina: Gonzalo
Argote. Un sevillano del XVI que fue según Montoto «animoso
caudillo, buen caballero e ilustre poeta». Pero le preguntas a
un chaval dónde está Argote de Molina y no lo sabe. Pregúntale
en cambio dónde está la Cuesta del Bacalao. Lo sabe
perfectamente: va desde la esquina de Conteros y Alvarez
Quintero a Placentines. En esa esquina con Placentines estaba
el famoso bacalao, muestra de la tienda de ultramarinos del
padre de María Jesús Sanz, la historiadora de la sevillana
platería. Cerró la tienda hace un porrón de años, se llevaron
el Bacalao al Postigo. Pero aquella sigue siendo la Cuesta del
Bacalao, la Esquina del Bacalao, en la indeleble memoria de la
ciudad que recuerda perfectamente cuanto el tiempo no borró ni
derribó: La Pasarela sigue en pie, como sigue en pie La
Botella, por no citar las puertas de la muralla.
Propongo, pues, que como Argote de Molina tiene una calle muy
larga, demasiado, que llega hasta Cabeza del Rey Don Pedro,
hagamos oficial lo que es real. Y que a esta ilustre, antigua
y fervorosa calle, de Las Escobas a Placentines, la rotulemos
oficialmente como la llama Sevilla entera: la Cuesta del
Bacalao.
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