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Si
estuviésemos en el otoño, diríamos:
-Como esto siga así y sigan sacando verdaderas facturas
falsas, el alcalde no se come los polvorones.
Pero como estamos en primavera, que la factura altera, ya he
oído:
-¿A que el alcalde no va de Currito dale al botoncito con el
alumbrado de la portada de los abanicos?
Usted ha visto lo grandes que son los tres abanicos sevillones,
¿no? Pues chicos me parecen para el aire que necesitan el
alcalde y su equipo, con el sofoco de las dichosas facturitas.
Les han sacado las facturas falsas y los colores. Se los ha
sacado Paola Vivancos. Si ven que Raynaud va con la lengua
fuera es porque intenta mantener la marcha de Paola Vivancos
con su pericón. Raynaud usa un abanico de caballeros, como el
que gastaba Borbolla, los que vendía Casa Rubio que en paz
descanse. Paola ha puesto al PSOE a jugar a piola. Ha agachado
al PSOE y le ha dado dola niqui, con culá y espoliniqui.
Mirando a la Macarena.
No a la Madre de Dios, sino al barrio de la Huerta de Macario,
al Distrito Norte, que es una cosa muy distinta. ¿No le podían
llamar Distrito Norte, y así hubiéramos dejado tranquilita a
la Virgen de la Esperanza, que no tiene la culpa de nada cada
vez que su santo nombre salta a España? El color de la
Esperanza es el verde, pero la Virgen y la hermandad tienen la
negra por culpa, culpita del nombre del barrio. Extramuros,
que no San Gil. Macarena son los Callejones. Y esta callejuela
sin salía de la mala fama de Sevilla. Cada vez que la palabra
Macarena salta a España, malo. Saltó con Los del Río, y mejor
que no hubiera saltado. El «Ay, Macarena» que nunca supe si
era un anuncio del Cortinglés o el cartel de los Victorinos.
Ahora, con las facturitas y la corrupción. Cuando parecía que
Sevilla se había quitado el sambenito de la mangoleta, había
conciliado el sueño tras los cafelitos de Miemmano y la
tormenta iba para la Carmona de Cataluña con el 3 por ciento
del Carmelo, pues, Carmelo, dale al tambor, que los tenemos
otra vez aquí: corrupción en Miami, digo, en la Macarena. Y la
gente, al oírlo fuera de Sevilla, no se enteran y confunden.
Creen que el distrito, el barrio extramuros, la Virgen de la
Esperanza y su hermandad son la misma cosa.
Los hermanos de la Esperanza deben emprender una campaña para
preservar a la Madre de Dios de estas cosas que le levantan:
Los del Río primero, Los del Lío de las facturas ahora. A este
paso van a creer fuera de Sevilla que las mariquillas se las
regaló a la Virgen la Casa Sony y que Aquella Que Está En San
Gil lleva tantos nazarenos porque todos van de promesa por no
haberlos metido en la cárcel con las facturas falsas de la
Macarena. Cuando la coronación, en 1964, hasta en el título
oficial de la hermandad le pusieron a la Virgen ese mote de
Los del Río o las facturas: «Esperanza Macarena». La Esperanza
no va por barrios. Esperanza, como Madre que es, no hay más
que una y a ti, alcalde, te encontré en la calle del chambao
derribado. Llamar Macarena a la Esperanza es ponerle puertas
al campo de su hermosura. Y exponerla a estos líos de los
cuarenta principales y los cuarenta ladrones. La verdad de la
Esperanza nos la dice la O en la calle Castilla. Esa O no es
de interjección: es una conjunción disyuntiva. Nos dice que la
Esperanza es la O con un canuto del Jorobadito, o es de la
calle Pureza, o es de la Trinidad, o es de San Roque, o es de
San Gil.
Dejemos lo de Macarena para los de Madrid, para Los del Río y
para Los del Lío de las facturas. Mantengamos el nombre de la
Esperanza en su bendita pureza. La Esperanza es lo último que
se pierde, donde tantos han perdido la vergüenza. Los que
antes decían «tú apaga la luz y no digas ná en Triana», ahora
dicen:
-Tú dame la factura, apaga la luz y no digas ná en la
Macarena.
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