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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La ciudad pintarraqueada

Lo vimos en Semana Santa, en los días en que nos recorremos la ciudad de punta a cabo: de Punta del Diamante a cabotambor de la Centuria. Cerrados los comercios por calle Dados, por Lineros, por Francos, por Chicarreros, por la Alcaicería de la Loza, por la Alcaicería de la Seda, lo fuimos comprobando en todas las persianas echadas en el chirrín, chirrán del miedo a los robos. No queda tienda en el centro cuyo cierre metálico no haya sido pintado por los grafiteros. Vas por la calle Cuna en horas del comercio cerrado y te da la impresión de que caminas por las cocheras del Metro de Nueva York. Todos los cierres metálicos de las tiendas están como en Nueva York los vagones del Metro. Todos, absolutamente todos, han sido empercochados y degradados por la pintura de los esprais de los grafiteros. Y en algunos casos, como en el monumental y patrimonial Cronómetro de la calle Sierpes, no contentos los gamberros con pintar las persianas metálicas, la emprenden también contra la antigua e ilustre madera de la decoración comercial. Fachadas comerciales de interés artístico e histórico, tuétano del paisaje sentimental de la ciudad, recién sacadas de brillo por el plan Restauro del Ayuntamiento, son literalmente destrozadas por los grafiteros a los pocos días de tener quitado el cajón de obras.

-¿Y qué hacen los comerciantes?

Pues lo único que nos cabe a los sevillanos ante tantas cosas que funcionan mal en la ciudad: resignarse. Ajo y agua, que decía el clásico: ajo...derse y agua...ntarse. Hemos aceptado todos esta vileza de la ciudad pintarraqueada como en las Vascongadas asumen el terrorismo callejero. Ojalá me rectificasen, pero no recuerdo haber leído una sola noticia que dijera que agentes de la Policía Nacional o de la Guardia Municipal han detenido a un gamberro con el esprai en la mano, cuando estaba poniendo perdido de pintura el cierre de una tienda.

-Y que los padres han tenido que pagar lo que ha estropeado el puñetero niño con su pintura...

Ahí les dolería. Así se acabó con el terrorismo callejero etarra en las Vascongadas. Cuando los padres de los que quemaron el autobús tuvieron que pagar el autobús quemado, los niñatos dejaron la gasolina y el mechero en su lugar descanso. El día que un juez condenara a pagar la restauración de la fachada del Cronómetro al padre del niñato que la pintarraqueó enterita, seguro que no cogía más el esprai del grafiti.

Esa sería la solución. Otra, que se me ocurre sobre la marcha, sería convocar urgentemente entre los grafiteros un concurso de ideas acerca del señor alcalde. Que ya que nadie les puede quitar su adicción al pintarraqueo, que en vez de figuras antropomórficas o dibujos no figurativos pintasen frases sobre el señor alcalde, del tipo de las que gritan los funcionarios municipales en sus manifestaciones o las asociaciones de vecinos en sus protestas. Si en las persianas metálicas de las tiendas de la calle Francos, en vez de signos incomprensibles, los grafiteros hubieran escrito simplemente «Alcalde, se busca», ésta era la hora en que brigadas enteras de mangueras a presión y nutridísimas cuadrillas provistas de cepillos de cerda, estropajo de aluminio y botes de disolvente habrían dejado esos cierres como los mismísimos chorros del oro, sin una sola pintada. Nada digo si esas pintadas de los grafiteros incluyeran palabras mágicas, como «Macarena» o «factura». Ni una quedaba en menos de horas veinticuatro, como en la Plaza Nueva e islas adyacentes no ha quedado un solo cartel relativo al señor alcalde, tras la limpieza selectiva de pegatas realizada como las balas.

Salvo, claro, que esto de la ciudad pintarraqueada sea la modernidad, el progreso y el talante por detrás y por delante. En cuyo caso no he dicho nada, no vayamos a tenerla.





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