|
-
Cuando
en plena dictadura estaba documentando la «Guía secreta de
Sevilla» había pocos libros sobre los aspectos más oscuros o
prohibidos de la ciudad. A falta de estos libros, que luego
han sido venturosamente escritos, tuve que recurrir al relato
oral de testigos. Y así, por medio de Benítez Rufo, que
estableció los contactos desde su clandestinidad, pude
entrevistarme en su exilio de París con dos comunistas
sevillanos que habían vivido muy de cerca la política y el
sindicalismo de la ciudad en la dictadura de Primo de Rivera,
en la II República y en el comienzo de la guerra civil en las
barricadas. Eran dos sevillanos exiliados, comité central puro
de un PCE de Pirenaica, «Mundo Obrero» y reconciliación
nacional: Antonio Mije y Manuel Delicado.
Me cité con ellos en el Hotel PLM Saint Jacques de París.
Llegaron en un viejo Renault del Partido, con un camarada de
conductor. Pedimos café, y antes que sacara las notas sobre
cuestiones de aquellos años, Mije y Delicado me estaban
preguntando por Sevilla:
-¿Siguen vendiendo el pescado en las freidurías a la caída de
la tarde?
-Sí, y los rábanos, y las aceitunas, y las roscas de Alcalá...
-¿Y siguen estando las Pescaderías Coruñesas, que es donde mi
compañera compraba el pescado frito, los pedacitos?
-No, pero está la pescadería de la Puertalacarne, la de
Nervión, La Isla...
-¿Y venden pedacitos?
-Ya menos: fríen más bien chocos y pescada...
Cuando me di cuenta, a aquellos dos venerables sevillanos,
luchadores de la libertad frente a los fascismos, al evocar el
olor a papelón de pescado frito de su ciudad, se les habían
saltado las lágrimas. Con los ojos húmedos, Mije y Delicado
añoraban una Sevilla a la que no sabían si alguna vez podrían
volver.
Como un día los puños en alto enterraron a Mije en su propia
tierra sevillana, vuelven ahora los restos de otro comunista
histórico: Pepe Díaz. El Ayuntamiento lo ha nombrado hijo
predilecto de Sevilla. Por unanimidad. Matizo: por generosidad
de reconciliación por parte quienes no obtendrían unanimidad
alguna de la izquierda si pidieran otros reconocimientos de la
ancha verdad común de una España donde podemos y debemos caber
todos. Frente a los que cavando fosas desentierran las dos
Españas, el ejemplo de concordia del PP, votando a favor del
honor ciudadano a un panadero comunista de Sevilla que se
llamaba Pepe Díaz. Un líder anarquista en la ciudad de la CNT:
Saturnino Barneto en un muelle de costaleros y vapores de la
Vasco-Andaluza, y Pepe Díaz en el sindicato de panaderos La
Aurora. Aquellos anarquistas perseguidos por Primo de Rivera
mientras la UGT colaboraba con su dictadura fundaron el PCE.
El PCE se celebró aquí en Sevilla, paradójicamente en el
pabellón americano de la Exposición, el IV Congreso. Díaz
salió elegido secretario general. Defendió la República frente
a Sanjurjo y frente a la sublevación de 1936. Pepe Díaz luchó
por sus ideas, sin lucrarse del poder. Perdedor de la guerra,
se exilió a la Unión Soviética, donde conoció la cara
estalinista del paraíso del proletariado. Allí enfermó y
cuentan que enloqueció. Murió extrañamente en 1942, al caer
por una ventana, en Tiflis. La historia me la ha referido
Gómez Marín. Artur London contó que poco antes que Pepe Díaz
muriera, todos lo creían loco. Hablaba de una ciudad con un
río y barrios con murallas. Hablaba del pescao frito de una
noche de verano con búcaro y sandía. Como Mije y Delicado en
París: sevillanos antes que comunistas.
Es como si la ciudad entregara un papelón de pescao frito,
bien despachado desde la común reconciliación de la
unanimidad, a Pepe Díaz. Aquel panadero comunista que murió en
Rusia recordando a su Sevilla.
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|