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En
el Parque de los Príncipes no han quedado vivas ni las
gallinas de Matilde, que eran tan putas (con perdón) que
aprendieron a nadar para irse con los patos. Han muerto todos
los patos y todas las gallinas de Matilde. ¿Por qué? Muy
fácil, mire usted qué tres porqués:
1. Porque los patos no son linces de Doñana y ningún biólogo
puede vivir a su costa.
2. Porque los patos no son águilas imperiales y no se puede
organizar Ministerio ni Consejería de Medio Ambiente alguna
con ellos.
3. Porque los patos, encima, los muy fachas, viven en Los
Remedios, un barrio de derechas al que hay que negarle todo
servicio de limpieza, toda atención presupuestaria y todo de
todo, porque después vienen las elecciones y los muy
reaccionarios votan al PP.
Lo que más me aflige de los pobres patos es que el destino les
ha jugado esta mala pasada. Si en lugar de patos de derechas
de Los Remedios hubieran sido patos de izquierdas del Parque
Amate o patos socialistas del Parque Celestino Mutis, estarían
que daría gloria verlos, de gordos y de lustrosos. El alcalde
o Paula Garvín con su traje de flamenca con los colores
republicanos habrían ido en persona a echarles de comer.
Serían los patos mimados del distrito. En los presupuestos
municipales estarían consignadas partidas y más partidas para
alimentación y cuidado veterinario de los compañeros patos.
Pero como los pobres eran de derechas, y encima de Los
Remedios, lo cual evidentemente es una provocación en esta
Sevilla tan progresista, eran unos patos patosos, y en el
fondo están contentísimos porque hayan sido dados de baja en
el censo electoral animal los patos pijos de República
Argentina.
Los pobres patos demuestran que hasta la ecología es un arma
arrojadiza en esta España rarita y peligrosita que nos están
inventando. Hasta para los animales han inventado las dos
Españas. A un lado están los linces de Doñana, las águilas
imperiales, los quebrantahuesos, que son animales
protegidísimos que viven de los presupuestos, derrochando el
dinero de todos, porque tienen el carné del PSOE. Son los
compañeros linces, las compañeras águilas. Y al otro lado
están los pobres perros desvalidos que con fidelidad ejemplar
acompañan a mendigos y pedigüeños; los lindos gatos callejeros
de los abandonados pabellones militares de San Bernardo; los
parlanchines loros asilvestrados que pueblan el Parque de
María Luisa; las prolíficas tórtolas turcas que alteran el
equilibrio ecológico de las palomas y los vencejos sin que
nadie haga nada por abordar el problema. Estos animales
abandonados, despreciados, expuestos a los laceros municipales
y a las gamberradas de los canis son por lo visto de derechas
y no merecen ni un duro de los presupuestos.
Tenemos un ecologismo de boquilla y de exhibición. Presumimos
de linces mientras dejamos morir a los patos. Hay un Salón del
Caballo y un Salón del Toro, pero ni un cuartito tipo ministra
Trujillo para los canarios y los jilgueros de la Sevilla
verdaderamente ecologista que canta su bella sinfonía popular
en las jaulas de balcones y patios. Y nada digo del Salón de
las Mascotas, que existe en todas las sociedades
verdaderamente avanzadas amantes de los animales. Aquí la
benemérita asociación Arca de Noé que recoge perros y gatos
abandonados tiene que vérselas y deseárselas para que no la
desahucien en San Juan de Aznalfarache. Y la asociación Asanda
grita en un desierto burocrático que sólo piensa en el lince.
Salvar perros y gatos, o dar de comer a los patos o a las
palomas no es rentable políticamente. Así se explica la
matanza de los patos. No pasa nada. Eran de Los Remedios. Unos
patosos patos pijos. Puro PP, pues.
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