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Con
la restauración de Cristina Borrero y María Caballo (que me
imagino la dejarán de elegante como sus interiores de casas
buenas, buenas, buenas de Sevilla) a la Torre de Oro le han
puesto un cajón de obras y disfrazado de cuadro de Mondrian.
Mondrian y oro. Tiene en el cajón de obras más suerte que la
Giralda, que cuando por vez primera la restauró el maestro
mayor don Alonso Ximénez, le puso un cañizo como de
chiringuito chungo de Chipiona. Hasta en materia de cajones de
obra envidiamos a Venecia. Allí ponen unos cajones de obra de
madera buena, olorosa y barnizada que son en sí obras de arte.
Aquí ponemos telas metálicas de gallinero, rejas de campo de
concentración, chapas de aluminio. Por eso la Torre del Oro
está muy bien con su cajón de Mondrian. Hay que reivindicarla
frente a la Giralda. La Torre del Oro no tiene quien le
escriba y a la Giralda le chorrean los versos por los
balcones.
Y viene al caso la Torre del Oro porque antier noche vinieron
los montañeses...
-¿Los que son del mismo club de fútbol que el Papa?
-No me irás de decir que el Papa, como San Fernando, es
bético...
-No, el Papa es del Ratzin...ger de Santander.
Vinieron los montañeses de la Consejería de Turismo de
Cantabria, y le dieron un homenaje a la Torre del Oro. Lo
personificaron en un excelentísimo montañés de Sevilla:
Rogelio Gómez, el de Trifón. No valoramos los sevillanos lo
importante que es la Torre del Oro para los montañeses. La
Torre del Oro es su Hércules. La que está en el escudo
regional y en el de Santander. La Torre del Oro forma parte de
la mitología de la Montaña, que es como aquí se pronuncia esa
cursilada de Cantabria. Aquí gracias a Dios no hay cántabros:
hay montañeses, montañeses trabajadores, tenaces,
emprendedores. Como el almirante Ramón Bonifaz, que era de
Laredo y vino con San Fernando con el primer buque de la
Armada y la primera Infantería de Marina, para ganar Sevilla a
los moros. Sí he dicho moros, ¿pasa algo? Bonifaz rompió las
cadenas que los moros tenían echadas desde la Torre del Oro al
restaurante Río Grande de la época, para que no pasara un
cristiano. Rompió las cadenas, echó a los moros de la Torre,
puso a Paco Ramos en Río Grande y ganó para la Montaña la
gloria de la conquista de Sevilla. Tras lo cual reutilizó los
barcos para poner un negocio de pasear turistas por el río. Y
los montañeses, en sus escudos, pusieron la Torre del Oro como
trofeo, orlada por las cadenas. Cadenas que están ahora en la
iglesia de Santa María de Laredo. Laredo propiamente dicho, no
el muy montañés Bar Laredo, donde podrían estar mejor aún. De
chico oía una leyenda preciosa. Nos decían cuando nos
columpiábamos en las cadenas de las gradas de la Catedral:
-Estas cadenas son las que rompió San Fernando, que los moros
las tenían echadas en el río...
El almirante Bonifaz no vino solo a Sevilla. Lo dijeron en el
homenaje a Rogelio. Aprovechando el porte y la collada, trajo
sus barcos cargados de montañeses. Con Bonifaz llegó a Sevilla
don Antonio González Nicolás, aquel jándalo municipal finísimo
que le soplaba los artículos a su amigo Romero Murube. Con
Bonifaz vino don Moisés Cobo Abascal para poner un tostadero
de café; vinieron los dos hermanos del Bar Laredo; vino Trifón.
Vino también Teófila con los chicucos de Villacarriedo, pero
cogieron el Comes y se fueron a Cádiz. Bonifaz vino
expresamente a Sevilla para que las marías tuvieran tiendas de
ultramarinos donde les fiaran y los maridos, tabernas donde
coger la tajá. Si la Torre del Oro está en el escudo de la
Montaña es porque era muy difícil pintar las barricas de
sardinas arenques de las tiendas de ultramarinos y el mosto de
las tabernas. Pues más que un marino, Bonifaz, como buen
montañés de Sevilla, era un ultramarino.
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