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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El heredero, mejor a los chinos

Por bastante menos que esto, Valle Inclán escribió su saga de las guerras carlistas y la expedición del general Cabrera llegó hasta Utrera, a comprar mostachones para Don Carlos María Isidro, que al Rey Legítimo le gustaban tela. Esto del legitimismo lo da España. Es algo tan nuestro como la paella, el gazpacho, las patatas bravas o el bocadillo de calamares. Cuanto más marchamos todos juntos por la senda constitucional del siglo XXI, más nos adentramos en el irredento siglo XIX. Los problemas de Cataluña y de las Vascongadas son recuelos recurrentes de problemas irredentos del siglo XIX. Donde hay un problema de separatismo hoy en día hubo en el siglo XIX unos tíos con una boina colorada y una barba a lo Zumalacárregui, que, bien comulgadicos y bien confesadicos, como decía Rafael García Serrano, le aventaban cuatro tiros a todo liberal que no gritara «Dios, Patria, Fueros y Rey».

Los legitimistas a la violeta han aplicado el actual sunami del igualitarismo a algo tan decimonónico como el debate de la sucesión al Trono. De milagro se ha salvado Benedicto XVI, porque a estos legitimistas, a estos fundamentalistas de la democracia, a estos talibanes del igualitarismo, no se les ha ocurrido decir que hubiera sido mucho más democrático que al Papa lo eligiesen las comunidades cristianas de base en vez del colegio cardenalicio. En el fondo, la polémica gratuita, tonta y peligrosa sobre el futuro del Trono es tan absurda como el debate sobre el pretendido integrismo de Benedicto XVI. Están preocupadísimos por el Papa los que no creen en Dios ni en su Iglesia. Están preocupadísimos por la sucesión al Trono los que quieren serrarle las cuatro patas y traer la República.

Si mi abuela tuviera dos ruedas, un sillín y un manillar, no sería mi abuela, sino una bicicleta. Los legitimistas del igualitarismo quieren ponerle dos ruedas, un sillín y un manillar a la Monarquía. Que les importa un bledo, como no sea para derribarla. Quieren cambiar la Constitución en materia de primacía del varón en la sucesión al Trono y no sé por qué se quedan ahí. Ya puestos, ¿no sería más «democrática» una Monarquía electiva, en vez de hereditaria? Sostienen que una mujer en el Trono es más «democrática». ¿Por qué? Puestos a no discriminar, no hay que discriminar por nada. Por nada, nadita del mundo. Supongamos que la Princesa de Asturias tiene primero una niña y después un niño. ¿Por qué ese niño ha de ser discriminado por razón de edad? ¿Por qué la primacía en el tiempo del nacimiento ha de prevalecer, si ya todo es igual, todo da igual, todos somos iguales? Ese segundo hijo de los Príncipes de Asturias será discriminado evidentemente por razón de edad, y la Constitución lo pone bien clarito: nadie podrá ser discriminado por sexo, por religión, por edad ni por nada del mundo.

Voy, pues, más lejos que nadie: a legitimista igualitario no hay quien me gane. Ni para el primero que nazca, ni para la mujer, ni para el hombre: aleluya, el que la coja es suya. El Trono ha de ser para el que le toque, en igualitario sorteo entre hermanos. A la muerte del futuro Rey Don Felipe VI, reúnanse sus herederos, los hijos de Doña Letizia, y juéguense entre ellos el Trono. Por el número del cupón o a los chinos, me da igual, pero por sorteo. Entonces sí que será lo más igualitario y democrático: nadie será discriminado ni por edad ni por sexo. Y al que le toque, le tocó. Mientras tanto, apliquemos el mismo criterio igualitario en la sucesión al Trono a la actual generación. Reúnanse Don Felipe, Doña Elena y Doña Cristina. Tomen una baraja de naipes españoles. Saque cada uno una carta. Y proclamemos igualitaria y democratiquísimamente Heredero o Heredera de la Corona, sin discriminación que valga, al que en ese pedazo de baraja de don Heraclio Fournier saque la carta más alta.


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