|
-
LEL
Ayuntamiento ha nombrado hijo predilecto de la ciudad a Pepe
Díaz, panadero de la Macarena, sindicalista, fundador del PCE
y secretario general tras su IV Congreso, defensor de la
República en la guerra, exiliado en la URSS, que se libró por
tabla de las purgas de Stalin entre sus correligionarios
españoles derrotados por los nacionales. Murió en Tiflis en
1942.
El Ayuntamiento ha nombrado hijo adoptivo de la ciudad al
Padre Leonardo Castillo, un santo como su mismo apellido
indica: como un castillo. Cura en Cazalla, educador, director
de Cáritas, Padre Festivales, amigo y protector de los presos,
de los inmigrantes, de los gitanitos, de los desheredados de
la fortuna, para lo cual pegaba unos sablazos a lo divino
importantes a los adinerados. Murió en Sevilla en 2005.
La Diputación ha nombrado hijo predilecto de la provincia a
Paco Gandía, esto es verídico, gran humorista, maestro de la
narrativa humorística oral, que no sólo contaba los chistes
mucho mejor que el ecijano y mítico Bizco Pardal, sino que,
como buen aficionado a los toros, los ligaba, en series de más
de una hora, ora con la derecha, a la que le encantaban sus
historias, ora con la izquierda, en la que militaba
honrosamente. Gandía se recorrió con su Mercedes, unipersonal
hombre-orquesta del espectáculo, los 102 pueblos de la
provincia que ahora le honra. Murió en Sevilla en 2005.
-O sea, usted, que aquí, para que te hagan hijo adoptivo o
hijo predilecto, te tienes antes que morir...
A eso es a lo que voy. Se repite la vieja ley: en Sevilla
hasta que no te mueres, no eres nadie. Sevilla es muy generosa
con sus hijos... a título póstumo. Don Santiago Montoto se
llevó media vida en su velador de café de La Punta del
Diamante, donde escribía y hacía tertulia antes de ir a
tomarse su copita de vino de la hoja en el Bar Giralda, camino
de su casa de la Borceguinería, repitiendo unos versos que
nunca supe si eran suyos o de Lope de Vega, y que más o menos
decían así:
Sevilla, ciudad famosa,
la tierra donde nací:
fuiste madre para otros
y madrastra para mí.
Sevilla es madre para sus muertos y madrastra para sus vivos.
Y madraza injustamente generosa para los vivillos y vivales
que se procuran el homenaje en vida. Crueldad de la ley
funeraria de la envidia. Se tributa homenaje a los que ya no
pueden hacer sombra a nadie, a la sombra de los cipreses del
cementerio. Y como nadie envidia a la muerte, nadie escatima
honores a título póstumo.
¡Con lo bonito que es lo contrario! No digo Pepe Díaz, porque
no he conocido en vida a más Pepe Díaz que a Pepito García
Díaz, a Pepito Caramelos, que también se murió sin que Sevilla
le diese el homenaje debido por la Cabalgata. Pero sí digo,
porque los conocí y admiré, lo que hubieran disfrutado ese
Padre Leonardo o ese Paco Gandía con sus títulos bajo el
brazo. Como disfrutó Doña María, la augusta madre de Su
Majestad El Rey, aquella mañana que su querida Sevilla le
entregó el título de hija adoptiva en la Plaza Nueva, donde
hasta la comunista Rosa Bendala entregó la cuchara
republicana, con un discurso que la honró y que demostró lo
que puede y debe ser Sevilla como ciudad abierta.
Que estos honores sean los últimos que concedamos a título
póstumo. Los homenajes, en vida. Honremos a los vivos. Aunque
se nos cuelen los vivillos y los vivales en el rebujón del
bulle, bulle de la bulla de la medalla. Todo antes que esta
cicatería del título póstumo, por la que, por ejemplo, en la
Diputación se van a perder la frase de tirarse al suelo de
risa que hubiera dicho Paco Gandía al recoger su título de
hijo predilecto.
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|