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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Nos perdimos un chiste de Gandía

LEL Ayuntamiento ha nombrado hijo predilecto de la ciudad a Pepe Díaz, panadero de la Macarena, sindicalista, fundador del PCE y secretario general tras su IV Congreso, defensor de la República en la guerra, exiliado en la URSS, que se libró por tabla de las purgas de Stalin entre sus correligionarios españoles derrotados por los nacionales. Murió en Tiflis en 1942.

El Ayuntamiento ha nombrado hijo adoptivo de la ciudad al Padre Leonardo Castillo, un santo como su mismo apellido indica: como un castillo. Cura en Cazalla, educador, director de Cáritas, Padre Festivales, amigo y protector de los presos, de los inmigrantes, de los gitanitos, de los desheredados de la fortuna, para lo cual pegaba unos sablazos a lo divino importantes a los adinerados. Murió en Sevilla en 2005.

La Diputación ha nombrado hijo predilecto de la provincia a Paco Gandía, esto es verídico, gran humorista, maestro de la narrativa humorística oral, que no sólo contaba los chistes mucho mejor que el ecijano y mítico Bizco Pardal, sino que, como buen aficionado a los toros, los ligaba, en series de más de una hora, ora con la derecha, a la que le encantaban sus historias, ora con la izquierda, en la que militaba honrosamente. Gandía se recorrió con su Mercedes, unipersonal hombre-orquesta del espectáculo, los 102 pueblos de la provincia que ahora le honra. Murió en Sevilla en 2005.

-O sea, usted, que aquí, para que te hagan hijo adoptivo o hijo predilecto, te tienes antes que morir...

A eso es a lo que voy. Se repite la vieja ley: en Sevilla hasta que no te mueres, no eres nadie. Sevilla es muy generosa con sus hijos... a título póstumo. Don Santiago Montoto se llevó media vida en su velador de café de La Punta del Diamante, donde escribía y hacía tertulia antes de ir a tomarse su copita de vino de la hoja en el Bar Giralda, camino de su casa de la Borceguinería, repitiendo unos versos que nunca supe si eran suyos o de Lope de Vega, y que más o menos decían así:

Sevilla, ciudad famosa,

la tierra donde nací:

fuiste madre para otros

y madrastra para mí.

Sevilla es madre para sus muertos y madrastra para sus vivos. Y madraza injustamente generosa para los vivillos y vivales que se procuran el homenaje en vida. Crueldad de la ley funeraria de la envidia. Se tributa homenaje a los que ya no pueden hacer sombra a nadie, a la sombra de los cipreses del cementerio. Y como nadie envidia a la muerte, nadie escatima honores a título póstumo.

¡Con lo bonito que es lo contrario! No digo Pepe Díaz, porque no he conocido en vida a más Pepe Díaz que a Pepito García Díaz, a Pepito Caramelos, que también se murió sin que Sevilla le diese el homenaje debido por la Cabalgata. Pero sí digo, porque los conocí y admiré, lo que hubieran disfrutado ese Padre Leonardo o ese Paco Gandía con sus títulos bajo el brazo. Como disfrutó Doña María, la augusta madre de Su Majestad El Rey, aquella mañana que su querida Sevilla le entregó el título de hija adoptiva en la Plaza Nueva, donde hasta la comunista Rosa Bendala entregó la cuchara republicana, con un discurso que la honró y que demostró lo que puede y debe ser Sevilla como ciudad abierta.

Que estos honores sean los últimos que concedamos a título póstumo. Los homenajes, en vida. Honremos a los vivos. Aunque se nos cuelen los vivillos y los vivales en el rebujón del bulle, bulle de la bulla de la medalla. Todo antes que esta cicatería del título póstumo, por la que, por ejemplo, en la Diputación se van a perder la frase de tirarse al suelo de risa que hubiera dicho Paco Gandía al recoger su título de hijo predilecto.




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