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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


El segundo banquillo de Lola

Era una María Guerrero entre zarzamoras. Margarita Xirgu con lerele. De actriz, échenle un galgo o los galgos de Manuel Torre, que sólo comían jamón. Con la fuerza de un ciclón. Y de baile, la Paulova con zambra y con los siete colchones de La Sebastiana, que no puede dormir porque dice que los ratones, que se le meten por la nariz. Y en cante, ay, en cante: la Callas con bata de cola. El Apolo de la Piquer hecho Dionisos. Los que no la conocieron ni tuvieron que pedir bocas prestadas para abrirlas ante su inteligencia, dicen esa chorrada de un periódico americano, fíjate tú, americano, lo que entenderán los americanos: no sabe cantar, no sabe bailar, pero no se la pierdan. Los que se la perdieron fueron ellos, que no conocieron a Lola. Lola a secas, porque todas las flores son pocas para mentarla.

Tuve la dicha de estar con Lola en las mil y una noches. Concretamente en la noche 847, la mítica del cumpleaños de Kasogui en La Baraka. Sentado en su misma mesa. Trajeron trescientas bailarinas de París y Las Vegas para llevar a mano las velas del cumpleaños en torno a una tarta-rascacielos que portaban unos cocineros en andas gestatorias. Y sobre la tarta, posada en una alcándara, una misteriosa cacatúa. Lola quedó impresionada por el chorreo de dinero, que a saber usted de dónde venía, pero sobre todo por la dichosa cacatúa que coronaba la tarta. Y me dijo desde la oceánica, mágica inmensidad de sus ojos negros:

-Fíjate tú, Burgos, la que tiene aquí liá este gachó, con cacatúa y tó en la tarta. Y ni yo con mi arte, ni tú con tu pluma, eslomaítos de trabajar los dos tóa nuestra vida, hemos tenío ni pá comprarnos una cacatúa...

Lola entonces no estaba ciertamente para cacatúas. Acababa de pasar la crujía de Hacienda. Estaba para reventar de guapa y de genial, pero tocada en el alma y en el cuerpo por el banquillo de la Audiencia, en aquella reedición del juicio de Morena Clara en la que el jamón acabaron llevándoselo los del pelotazo felipista. De Lola de España había pasado a ser Banquillo de España. Querían que se comiera el tigre de Hacienda sus carnes morenas para meternos a todos los españoles el miedo fiscal en el cuerpo. Con Lola hicieron terrorismo fiscal de Estado los mismos que, por no salir de Jerez, dejaron a Ruiz Mateos con una mano detrás y otra delante y le metieron la abeja de Rumasa por donde amarga el pepino. Lola, que era una señora, que estaba tocada por el dedo de los dioses de Tartesos, se comió su pena, penita, pena y siguió haciendo lo único que sabía: trabajar. Aunque no tuviera ni para comprarse una cacatúa.

Ahora han sentado nuevamente a Lola en el banquillo. El Cid ganaba batallas después de muerto y Lola es tan genial que pasa las duquelas negras hasta difunta. Las diez velas del cumpleaños de la muerte de Lola han sido diez ignominias. No los tres puñales de Rafael de León, sino diez puñalás. Hay quien quiere comprarse una cacatúa a costa de la memoria de Lola.

Lo que me deja sin sueño, como a la Sebastiana, es la suprema contradicción. Esta sociedad que alardea de manga ancha y de libertad sexual, que ha borrado toda idea de pecado, que ha derogado la ley de Dios, ha sacado del armario el viejo puritarismo de naftalina. Contra Lola, su memoria, su familia, sus hijas. Lo que el Cardenal Segura no condenó cuando Lola, Niña de Fuego y Zambra, vivía con Manolo Caracol, lo señalan con el dedo los que se proclaman permisivos y tolerantes de la modernidad. ¿Qué azul de vena o mapa la condena al látigo cruel del castigo mediático? Aquí rascas los caliches y te sale la Inquisición, que le ha puesto a Lola el sayo del mardito parné. Pero cómo será Lola de grande, que aguantó el banquillo de Borrell y, muerta, resiste este segundo banquillo. Cuando Carod y la ETA hayan cubierto sus últimos objetivos, quizá sea Lola lo único que nos quede de España.




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